Ser guerrero y ser sensible
El ser espiritual implica ser guerrero y ser sensible.
Porque no sólo se puede morir golpeado sino también envenenado.
Si lo que queremos es el bienestar integral debemos aprender a luchar pero también a no beber toxinas.
En la vida todos estamos buscando crecer y vivir plenos. Podemos ser fuertes por dentro y por fuera para lograr la plenitud. De hecho, lo necesitamos. Y la verdadera fortaleza es también sensible.
Desde que es una semilla con todo el potencial de crecer enorme y poderoso, un roble pasa por algunos desafíos, al igual que nosotros. Necesita tierra, agua, luz…necesita tiempo, espacio y cariño. Pero si confía en que dentro suyo están todo el poder y el conocimiento divino que necesita para desarrollarse, y los atiende permitiéndoles madurar, se convertirá en aquello para lo que nació. Y una vez maduro enfrentará tempestades poderosas, como muchas veces las enfrentamos nosotros. Los truenos sonarán por encima de su copa y la lluvia azotará sus hojas…y aún verás en el invierno que el clima se ha llevado sin piedad las hojas que lo embellecían. Pero permanecerá impávido y poderoso y lo verás reverdecer. Porque ha sabido enfrentar el mundo externo. Ha sabido ser guerrero.
Hay también otro tipo de fortaleza externa. Otra forma de enfrentar el mundo. El bambú no es grueso, no es duro, y no parece imponente. Pero soportará los huracanes como el que más. Porque la otra fortaleza que nos ayuda a pasar tempestades sin quebrarnos se llama flexibilidad.
La flexibilidad es una fortaleza invaluable para la vida de cualquiera. La naturaleza nos habla en todas sus manifestaciones de las virtudes que son buenas para nosotros, y que podemos cultivar.
Firmeza y flexibilidad para enfrentar el mundo externo. Necesitamos de las dos para conducirnos en el mundo. Y nuestro corazón sabrá elegir sabiamente cuál es la más apropiada en cada situación.
Pero hay otra cosa en la que me gustaría que reflexionáramos:
Hay algunos robles que se han desarrollado durante cientos de años; más de mil, incluso. Que han visto nacer, crecer, envejecer y morir a multitud de generaciones humanas.
Han permanecido ante las tormentas y las sequías. Han dado cobijo a los nidos de gran cantidad de aves. Han presenciado como civilizaciones enteras surgen y desaparecen…y han caído al final. La causa no ha sido un rayo ni un hacha: han sido las termitas que se introdujeron en él y se lo comieron por dentro hasta que perdió toda la fortaleza que lo mantenía majestuosamente en pie. Algo perjudicial lo destruyó por dentro cuando pocas cosas hubieran sido más fuertes que él externamente. ¿Quién sabe cuánto más pudo haber crecido si hubiera mantenido a las termitas fuera de sí?
No es únicamente la guerra lo que puede matar un cuerpo. También se puede morir envenenado, y mucho más rápidamente. Lo triste de los venenos es que se mezclan con cosas que son necesarias y saludables para mantener la vida: generalmente con alimentos y bebidas. Y que esos venenos son dados casi siempre por personas cercanas a quien los toma. Esto ha pasado muchas veces a lo largo de la historia, pero no quiero distraerte con esta mención; tenemos un tema que tratar. Sólo quiero que aproveches el ejemplo como una metáfora. Muchos de nosotros estamos siendo envenenados por la persona más cercana a nosotros: nosotros mismos. Y lo estamos haciendo a través de cosas que alegamos como necesarias para nuestra supervivencia: la comida, la bebida, la diversión, el dinero, el prestigio, el querer prevalecer sobre nuestro adversario, etc. Usamos nuestros pensamientos, sentimientos y palabras para contaminarnos. Alegamos libertad sobre nuestro destino y por falta de sensibilidad elegimos lo que es perjudicial para nosotros.
Pureza para cuidar nuestro mundo interno. Elige para alimentarte las acciones, las palabras y los pensamientos más limpios que puedas. Todo esto va hacia tu interior. Sé bueno contigo.
Quiero hablar de belleza, de vida y de bienestar. No quiero que este mensaje te parezca agorero. Sólo quiero que aceptemos que necesitamos esforzarnos por este bienestar.
Que la vida tiene problemas, que tiene pruebas, que tiene dolores. Lo sé. Y creo que tú lo sabes también. Eso no lo podemos cambiar pero podemos cambiar nosotros. Podemos superar esos problemas y crecer y no sólo estar igual que antes sino incluso mejor: más fuertes y más puros. Los problemas y las situaciones difíciles (incluso las personas difíciles) no son verdugos o malos mensajeros que debemos ofender o soportar, y mucho menos son algo ante lo que nos debamos doblegar. Son maestros que Dios nos envía para que seamos lo mejor que podemos ser. Vienen a enseñarnos y podemos aprender de ellos. Y cuando aprendemos nos damos cuenta de que dentro nuestro se ha formado una felicidad más luminosa y más fuerte. Y que esa luz crea también una realidad externa más segura y dichosa.
Quiero decir que dentro de nosotros hay épocas de guerra y épocas de paz. No sé si está bien que sea así. Sólo sé que es así. Y que en cada una de esas épocas podemos ser mejores o peores personas. Lucharemos dentro y lucharemos fuera. ¿Te has dado cuenta de cuántos libros espirituales tienen pasajes de guerra? Queremos paz dentro de nosotros, pero muchas veces la conseguimos a través de la espada. La espada que corta la mentira, la debilidad, los apegos perjudiciales. Tenemos luchas y al final, la Paz.
¿Ha valido la pena? Me preguntas.
¿Te gusta en quién te has convertido al final? Te pregunto yo.
Si tu respuesta es “sí”. Ha valido la pena sin duda.
Conserva estas tres cosas cerca de ti: la fortaleza, la flexibilidad y la pureza.
Cuida tu bienestar exteriormente.
Cuida tu bienestar interiormente.
Y que Dios te bendiga, te abrace y te mantenga amado y protegido.
El Loco
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