Vivir en una Jaula o fuera de ella. He allí el dilema…

Rafael Bueno

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Érase una vez un periquito azul que fue comprado en una tienda de mascotas por una familia. Como era su primera mascota, junto con el periquito también compraron una jaula para que este no escapara. El periquito azul es una especie de ave mide entre 17 y 18 centímetros, y tiene una máscara de color blanco que cubre su cabeza, que termina adornada por unos puntos negros que forman una especie de collar de perlas en su cuello. El resto del plumaje es azul, con algunos zonas blancas y negras en sus alas. Este periquito había nacido en cautiverio, por lo que mostraba un comportamiento dócil en su jaula.

Una vez que llegaron a su hogar, el padre se dedicó a instalar la jaula en una de las habitaciones de la casa. Y cuando la jaula estuvo en el lugar seleccionado, procedió a colocarle agua limpia en uno de los dos pequeños envases que traía la jaula, mientras que en el otro le colocó algunas semillas que había comprado en la misma tienda. Así mismo, le colocó papel periódico en el piso de la jaula para recoger sus desperdicios, Y mientras hacía esto, le mostraba a sus hijos cómo hacerlo ya que ellos, a partir de ese momento, serían responsables del cuidado del ave.

Vivir en una jaula diferente

Con mucho cuidado, su esposa tomó al periquito azul y lo introdujo en la jaula, sacó la mano y cerró la puerta de la jaula para evitar que el ave se escapara. Inmediatamente el periquito azul empezó a caminar alrededor de la jaula sostenido por sus dos patas y por su pico, como haciendo una especie de reconocimiento del lugar. No intentó escapar. Tampoco se puso muy nervioso. Simplemente recorrió la jaula para familiarizarse con ella, ya que venía de una jaula similar.

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Día tras día los dos hijos se turnaron para dar de comer y beber al periquito azul, así como para limpiar la jaula, siempre cuidando que el ave no se escapara, aunque éste no daba ninguna señal de querer escapar. A los pocos días de su llegada ya parecía que el periquito azul empezaba a acostumbrarse a su jaula y a adaptarse a lo que los chicos hacían por él.

Hubo algunos días en los que a los chicos se les olvidaba darle de comer, cambiarle el agua y limpiar su jaula, ocasiones en las cuales el periquito azul iniciaba una ruidosa protesta. Hacia ruidos y aleteaba con fuerza para llamar la atención de sus dueños. Algunas veces lograba que le prestaran atención, y entonces le dispensaban los cuidados que reclamaba. Pero en otras ocasiones no. Aunque estas ocasiones eran excepcionales.

Y así transcurrieron los días para el periquito azul. Tenía una nueva «casa» cómoda y limpia, agua y comida casi todos los días, así que no tenía que preocuparse por nada.  Y, cuando le faltaba la comida o el agua, simplemente protestaba para captar la atención de sus dueños, quienes por lo general lo resolvían rápidamente. Entonces, una jaula, que para un animal representa una prisión, para el periquito azul no era otra cosa sino su hogar. Eso era todo lo que conocía. Allí se sentía cómodo y seguro.

Visita desde afuera de la jaula

Un día, el periquito azul notó gran alboroto en los alrededores. Al parecer, los chicos habían logrado capturar a una joven periquita verde no domesticada que llegó volando al patio de su casa. La tarea de captura no fue sencilla, ya que la periquita no conocía el cautiverio y no estaba muy dispuesta a ser capturada, pero finalmente lograron acorralarla hasta capturarla gracias a la perseverancia de los chicos.

Acto  seguido, los muchachos se las arreglaron para meter a la periquita en la jaula del periquito azul, no sin antes maltratarla un poco sin ser esa su intención, ya que esta se negaba a entrar en la jaula. El periquito azul se escondió en uno de los rincones de la jaula desde donde observó el proceso un poco asustado. Y cuando los chicos lograron cerrar la puerta de la jaula, la periquita verde empezó a volar dentro de la jaula y a chocar contra los barrotes de las paredes que formaban su prisión, sin percatarse que tenía compañía en la jaula.

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Y así estuvo por un buen rato, volando contra los barrotes y rebotando, hasta que sus fuerzas empezaron a mermar y empezó a perder el aliento. Entonces se detuvo, y fue así que se percató de que tenía compañía en la jaula.

 – ¿Qué haces aquí? – preguntó la periquita verde dirigiendo su mirada al periquito azul.

 – Aquí vivo. Este es mi hogar – respondió el periquito azul.

 – ¿Hogar? ¿Acaso no te has dado cuenta de que te han capturado? – volvió a preguntar la periquita verde.

 – ¿Capturado? No. No sé qué quieres decir. Fui traído aquí por mis dueños,  quienes han sido muy gentiles conmigo. Me colocaron aquí con cuidado, y desde entonces me alimentan, me dan agua y mantienen mi hogar limpio. La verdad no tengo nada de qué quejarme. Les estoy muy agradecido – Dijo el periquito azul con convicción.

La periquita verde no podía creer lo que estaba escuchando. Para ella era muy difícil entender la perspectiva del periquito azul, ya que ella no conocía el encierro hasta ese momento. Ella había nacido libre, en la llanura, y había tenido la oportunidad de conocer el mundo y de vivir muchas experiencias en su recorrido tanto por llanuras como por bosques. Afuera había un inmenso mundo por explorar, así que para ella el encierro era poco menos que la muerte misma y no podía entender por qué el periquito azul se sentía agradecido por sus captores.

Por un momento, la periquita verde se quedó quieta. Estaba cansada y adolorida por los golpes que se había dado contra los barrotes. Así que se acomodó en una esquina muy quieta, como analizando la situación en la que se encontraba y lo que le había dicho el periquito azul. Y cuando ya había recuperado el aliento, y habiendo ya procesado lo escuchado, volvió a establecer comunicación con el periquito azul, pero esta vez siendo más cauta en su interrogatorio.

 – ¿Alguna vez has estado afuera de esta jaula? – preguntó sin quitar la vista del periquito azul.

 – Claro que sí – respondió el periquito gris con seguridad – Estuve en una jaula más pequeña que esta, que es de donde vengo.

 – La periquita gris elevó sus ojos pensando – Esto no me puede estar pasando a mi – Pero se armó de paciencia y continuó.

 – Entiendo. Y antes de eso, ¿dónde estuviste? – volvió a preguntar.

 – Nací en esa otra jaula y luego me trajeron aquí – fue la respuesta del periquito azul.

 – Ya veo. Eso lo explica todo – se dijo a sí misma la periquita verde en tono condescendiente.

Y ya no volvieron a hablar más por un rato. La periquita verde se acomodó en una de las esquinas opuestas a donde se encontraba el periquito azul, mirando hacia afuera por entre los barrotes de la jaula, como buscando una posible salida de su situación. En su mente no existía otro objetivo que no fuera salir de la jaula. ¿Cómo podría lograr su objetivo? Eso era algo que tendría que descifrar. Mientras tanto, el periquito azul la observaba en silencio. La veía perdida y quería ayudarla, pero no sabía cómo…

Conociendo la jaula y su funcionamiento

Un rato más tarde llegó uno de los chicos con agua limpia, alimento y una hoja de periódico nueva, e hizo todo el ritual que su padre le había enseñando y que el periquito azul ya conocía muy bien. Sin embargo, la proximidad de uno de sus captores hizo que se dispararan todas las alarmas de la periquita verde, quien empezó nuevamente a volar y a golpearse contra las paredes de barrotes de la jaula. El periquito azul, al ver la situación, trató de tranquilizar a la periquita verde.

 – ¡Espera! Tranquilízate. No tienes nada de qué preocuparte. Sólo es uno de nuestros dueños que viene a cuidar de nosotros – dijo con voz firme.  Y continuó – Pronto se irá y podremos comer y beber con tranquilidad. Espera un poco.

Aunque la periquita verde estaba muy, pero muy nerviosa, logró controlarse y decidió hacer caso a los consejos del periquito azul, y se acomodó en una de las esquinas de la jaula, la mas alejada de la acción en ese momento.

Cuando finalmente el muchacho se alejó de la jaula, el periquito azul, con gran confianza, se aproximó al recipiente del alimento e invitó a su nueva compañera a hacer lo propio.

 – Ven. Llegó la hora de comer – y le señaló el plato con su pico.

Pero la periquita verde no tenía apetito. Su atención estaba puesta únicamente en salir de allí y no sabía cómo…

Así transcurrieron varios días en los que la periquita verde seguía en su encierro involuntario. Al inicio no comía ni bebía nada, por lo que su condición física empezó a debilitarse. Se sentía deprimida y estaba perdiendo su deseo de vivir. Y tal vez habría muerto de no ser por la intervención del periquito azul, quien se convirtió en su compañía y en su guía durante su encierro. El periquito azul parecía conocer todo dentro de la jaula. Sabía qué hacer cuando a sus dueños se les olvidaba ponerle alimento. Sabía por dónde entraba más claridad, y cuándo colocarse en cuál rincón de la jaula. Era todo un experto, así que la periquita verde empezó a hacerle caso y a hacer lo mismo que hacía el periquito azul. Y fue así como empezó a perder su propia identidad y a identificarse más con su compañero de celda.

Poco a poco la periquita verde empezó a olvidar su antigua vida y a adaptarse a la nueva. Empezó a esperar la presencia de alguno de los miembros de la familia con su agua y su comida, lo que se convirtió en el momento más feliz de su día, así como lo era para el periquito azul. Dejó de usar sus alas y empezó a moverse por la jaula usando sus patas y su pico, por lo que ya ni siquiera intentaba volar. La periquita verde, sin darse cuenta, había dejado de ser ella misma para adaptarse a su prisión, y con esa acción, renunció a su libertad.

Y así, sin darse cuenta, dejó de desear estar afuera de la jaula y se acomodó lo mejor que pudo en ella. Y esto es algo difícil de explicar: la libertad es algo que se gana o se pierde adentro de uno mismo. No es algo externo. Cuando la periquita verde empezó a admirar lo bien que se manejaba el periquito azul dentro de su prisión, y al ver que él la estaba pasando bien, decidió ser como él. Decidió hacer lo que él hacía, renunciando así a su propia identidad. A todo lo que era, a todo lo que había vivido, a todas sus capacidades y potencialidades. Y se convirtió en alguien más. Asumió su papel de prisionera. Y entonces, dejó de tratar de escapar…

El fin de esta historia podría ser la nuestra

El final de la historia de los periquitos es fácil de adivinar. La periquita se adaptó plenamente a su jaula. El periquito azul estuvo muy contento hasta el final de sus días ya que, además de las «comodidades» de las que ya disponía, ahora tenía compañía. La periquita verde vivió admirando al periquito azul y tratando cada día más de ser como él. Ambos murieron en su jaula, sin ser conscientes de que estaban en una jaula. El periquito azul nunca lo supo. La periquita verde una vez lo supo, pero luego lo olvidó. Y al final, ambos tuvieron una «vida cómoda», pero en realidad no vivieron. Solo vieron la vida pasar a través de los barrotes de su jaula sin darse cuenta de lo que ocurría.

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Quise usar esta historia para mostrar lo que el sistema en el que vivimos hace con nosotros. Muchos de nosotros nacimos con un dueño y tenemos un dueño aún ahora, aunque no los veamos así. Los vemos más bien como nuestros benefactores. Quienes nos alimentan, dos dan agua y nos cambian el periódico de la jaula. Y por ello les estamos muy agradecidos.

Pero, para quienes ya salieron de su dominio, para aquellas almas que se dieron cuenta de la manipulación y que decidieron abrir la puerta de la jaula y volar, sólo somos una propiedad más de los dueños. Esas almas despiertas entienden que el resto aún dormimos, y creemos ciegamente que nuestros benefactores nos cuidan y protegen, cuando en realidad nos utilizan y sacan el mejor provecho posible a nuestras capacidades y potencialidades.

Aquellos que siempre han estado dormidos, son quienes han nacido en alguna jaula y nunca han tenido la oportunidad de ver algo diferente. Esas personas apoyan el sistema en el que vivimos y lo defienden a muerte, porque lo consideran la única posibilidad de supervivencia que tienen. No pueden ir en contra de sus benefactores, porque significaría que ya no habría más agua ni alimento. Y eso, para las almas dormidas, es el fin porque viven sus vidas sin poder

Hay también quienes en algún momento de su vida han despertado y se han dado cuenta de la manipulación del sistema, y hasta han luchado de forma activa en su contra, pero que eventualmente se encuentran y conectan con otras personas que aún están dormidas, y se dejan convencer de que vivir como viven los demás es mejor que vivir bajo sus propios principios. Y entonces, se vuelven a dormir. Esos son como la periquita verde, que conoció la libertad y que luego la perdió porque se identificó más con el periquito azul que con ella misma.

Pero ahora está emergiendo un tercer grupo de personas, que estaban dormidas y que han despertado. Estas personas han encontrado una manera de abrir la puerta de la jaula, y lo están haciendo para que otros también puedan escapar. Son estas personas las que están haciendo esfuerzos importantes para cambiar el sistema en el que vivimos. Son los rebeldes. Los que se niegan a aceptar las reglas del sistema y que están decididos a dar sus vidas, si fuera preciso, para cambiarlas.

Vivimos tiempos inéditos en la historia de la humanidad. Vivimos tiempos en los que las personas despiertas empiezan a juntarse para cambiar el sistema y así cambiar el mundo. Vivimos tiempos en los que estamos dejando de aceptar dogmas y creencias sólo porque así ha sido siempre, y empezamos a poner orden a nivel social. Tiempos en los que la voluntad de los pueblos se enfrenta de tú a tú con el poder del dinero y obtiene triunfos.

En esos tiempos estamos viviendo ahora. Tiempos en los que la humanidad está decidiendo su futuro. Tiempos en los que unos toman posición a favor de la jaula y de sus dueños, mientras que otros toman posición a favor de las aves atrapadas en ellas. Y tú, ¿Cuál será tu posición?

 

AUTOR: Rafael Bueno, redactor en la gran familia de hermandablanca.org

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