Yoga: un camino hacia ti mismo
Por Elena Almirall
Un paso hacia ti mismo y por ti mismo. En la dirección que marca tu propia brújula. Sin que nadie piense por ti. Sin que nadie decida por ti. Sin que nadie viva por ti. Un solitario y pequeño paso que te conducirá por la más increíble de las sendas, hacia la aventura más sorprendente: el conocimiento de tu cuerpo, el control de tu mente, el reencuentro con tu alma.
Se ha hablado mucho del yoga. Se barajan nombres exóticos que lo hacen atractivo pero que, al mismo tiempo, poca gente comprende: hatha, sivananda, iyengar, kundalini… Se mencionan diferentes tipos de yoga, de asanas o posturas, de pranayama o respiración, de meditación. Y las personas que se sienten interesadas, muchas veces se desaniman al no saber por dónde empezar. Existen, además, miedos causados por el desconocimiento: hay quien opina que «te comen el coco» o que podría «ser una secta»… Nada más lejos de la realidad. Yoga significa «unión». Una unión, podríamos llamar, espiritual. Se trata de la reunificación del cuerpo, la mente y el alma.
Mucha gente duerme la vida, sin llegar siquiera a sentirla: «… así hacen, viven y actúan un día y otro, a todas horas, la mayor parte de los hombres; a la fuerza y sin quererlo, hacen visitas, sostienen una conversación, están horas enteras sentados en sus negociados y oficinas, todo a la fuerza, mecánicamente, sin apetecerlo: todo podría ser realizado lo mismo por máquinas o dejar de realizarse.
Y esta mecánica eternamente ininterrumpida es lo que les impide, igual que a mí, ejercer la crítica sobre la propia vida, reconocer y sentir su estupidez y ligereza, su insignificancia horrorosamente ridícula, su tristeza y su irremediable vanidad.» (1)
Sin embargo, existe otro tipo de persona: el ser humano consciente que camina, busca, se pregunta, indaga. Llega un momento en la vida en que esa persona se para y comienza a escuchar. Primero se asusta, porque oye mucho ruido. Pero después, poco a poco, aprende a diseccionar cuidadosamente los sonidos como si estuviera realizando con ellos un laborioso análisis microscópico. Entonces, un día, sonríe. Y la sonrisa es profunda, porque proviene del centro de su alma. Y la sonrisa es eterna, porque comprende que ha empezado a escuchar los latidos de su propio corazón.
En ese día, esa persona concreta habrá dado un primer gran paso hacia sí misma, el único movimiento que tiene sentido. Se inicia aquí el camino. A partir de ahora, tendrá que elegir entre las múltiples sendas que conducen a la meta y se verá obligada a avanzar, paso a paso, a través de escarpados acantilados, hermosos jardines o tempestuosos mares. Todo viaje es un viaje iniciático y eso implica superar pruebas, vencer dragones y liberar princesas pero, tal como dice Kavafis, solamente hallará en su ruta aquello que lleve dentro de su alma («A Lestrigones y a Cíclopes, ni al fiero Poseidón hallarás nunca, si no los llevas dentro de tu alma, si no es tu alma quien ante ti los pone.» ) (2)
Todos tenemos un camino por andar, unas lecciones que aprender y un alma que reencontrar. El compromiso contigo mismo y con tu vida puede dar sentido a esa llamada que, desde el centro de tu pecho, tantas veces te ha angustiado sin que comprendieras por qué, de qué se trataba o qué te estaba pasando.
Una vez has decidido que deseas empezar a caminar tienes que elegir, cuidadosamente, el sendero. El yoga es una de las opciones posibles. La mayoría de las escuelas ofrecen una clase de prueba gratuita y es interesante tantear algunas de las diferentes alternativas puesto que cada persona es única, tiene unas necesidades, expectativas o ilusiones singulares y sabe, en el fondo uno siempre sabe, qué es lo que más le conviene.
Hay profesores que ofrecen clases intensas en las que se trabaja concienzudamente cada postura para lograr la perfección de la misma; otros maestros combinan las asanas o posturas con la meditación, la relajación y los ejercicios de respiración o pranayama; los hay, también, que ensayan cánticos concretos para despertar sensaciones; incluso los que realizan un yoga dinámico que enlaza series de asanas con el fin de agilizar y fortalecer los músculos.
Pero, al final, si buscas, encuentras. El mejor consejo es que no te detengas hasta dar con la práctica que se adapta a tu cuerpo, a tu mente, a tu alma. Porque esa será la que abrirá la puerta de tu camino. Porque esa te permitirá ser constante, condición fundamental si realmente se quiere avanzar por ese sendero. Y, ¿cómo sabes que la has encontrado? Sencillamente, lo sabes. Porque, de pronto, te encuentras experimentando un bienestar antes desconocido. Porque, sin venir a cuento, sonríes. Porque te levantas por la mañana dispuesto a tener un gran día. Porque sabes descubrir la fuerza para enfrentarte a los problemas. Porque tienes un centro. Porque aprendes que eres luz y que, como tal, puedes resplandecer.
Sin embargo, todas estas perspectivas pueden llevar a engaño. El yoga no es una varita mágica que convierte las penas en alegrías, lo negro en blanco, las lágrimas en sonrisas. Es, más bien, un trabajo diario en el que el «sadhaka»(3) tendrá que comenzar a escuchar su alma. Empezará a ver cuáles son las cadenas que le atan, cuáles los impedimentos con los que su propio cuerpo o su propia mente obstaculizan la conquista de la felicidad. El practicante de yoga empezará a darse cuenta de que su ego lo tiene esclavizado, que es prisionero de sus pasiones («Dame a un hombre que no sea esclavo de sus pasiones y yo le colocaré en el centro de mi corazón: sí, en el corazón de mi corazón…» ) (4).
Este es el primer paso de un largo y duro camino. Porque, a partir de aquí, esa persona ya no puede hacer otra cosa que comprometerse. Y es un compromiso importante, tal vez el más importante de su vida, puesto que implica ser fiel a si misma, al más profundo anhelo de su alma. Y es un compromiso que no tiene vuelta atrás porque, si abandonas, si desfacelles y caes, tu vida nunca volverá a ser como antes. Es duro pero gratificante. Tu cuerpo se vuelve más flexible. Tu mente se serena. Tu vida se pacifica. Tu corazón se calma.
Es duro. Requiere sinceridad. Requiere autoanálisis. Requiere trabajo diario. Requiere paciencia y constancia. Sin embargo, has vislumbrado tu luz, te sabes hermano de las estrellas, ¿cómo podrías, pues, dejar de resplandecer?
NOTAS:
(1) Hesse, Hermann: El lobo estepario, Alianza editorial, Madrid, 1984
(2) Kavafis, Konstantino: Itaca, en «Poesías completas», Hiperión, Madrid, 1997
(3) Sadhaka: la persona que sigue la disciplina yóguica.
(4) Shakespeare, William: Hamlet, Salvat, Barcelona, 1969
Fuente: http://www.concienciasinfronteras.com
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Super interesante el articulo!!!