La verdadera fuerza creadora del hombre, y cómo evitar que los estereotipos acaben con ella
Estamos en una era muy difícil para Gaia. Nunca hubo tantas personas. Tanta basura, contaminación y mercadotecnia. Tantos estereotipos. Tantas energías negativas de la maldad y el caos. Por otra parte, y tratando de ver un lado bueno, estamos en el momento histórico en el que más se han hecho visibles las atrocidades cometidas por la humanidad hacia una mitad de sí misma: las mujeres. Nunca hubo tantas campañas de equidad de género. Ni tantas mujeres se atrevieron a alzar la voz. Nunca ser mujer en el mundo occidental fue, no digo fácil, si no, soportable.
No quiero que parezca que implico, bajo ningún concepto, que la desigualdad ha terminado en el mundo. Miles de mujeres no tienen visibilidad alguna y siguen viviendo vidas medievales. Miles de mujeres “modernas” viven calvarios en sus hogares. Cientos de jóvenes universitarias permiten un tremendo maltrato psicológico por parte de sus parejas. Lo que quiero decir, no es que haya terminado la injusticia hacia la mujer, si no que ya comenzamos a verla en su verdadera magnitud.
Sin embargo, en esta ocasión quiero enfocarme a otro problema gravísimo. La constante negación de la sociedad a los hombres de su derecho a ser creadores emocionales.
A la mujer se le ha negado la posibilidad de ser dueña de sí misma. Entre muchas otras cosas. Pero al hombre se le han impuesto también muchos roles. Roles que atentan directamente contra su fuerza creadora. Que se caracterizan por exhibir una altísima dosis de violencia que limita el enorme potencial para el amor que existe en sus almas.
Hombres y mujeres, por igual, guardan dentro de sí el mismo potencial creativo. La destrucción, la maldad y la bondad. Y eso incluye la capacidad de ser sensibles y vulnerables o de ser insensibles y aparentemente invulnerables. Y digo “aparentemente” porque la invulnerabilidad del alma no viene de la frialdad. Viene precisamente del amor.
A las mujeres se les ha orillado, a partir de los estereotipos, a ser vulnerables en el mal sentido de la palabra. En el sentido que las convierte en seres dóciles, fáciles de controlar. Fáciles de poner al servicio de los demás. Pero la sociedad, al exigirles a los hombres que aparenten ser “fuertes” a invulnerables, hace exactamente lo mismo. Sólo que utilizando la estrategia contraria.
De esta manera, cada sexo se ve privado de una de sus mitades emocionales. Para convertirse en un ser incompleto e indefenso. Vulnerable de ser una marioneta más del poder heteronormado en turno.
Uno de los grandes dramas silenciados de la humanidad es el de los hombres. Que también son oprimidos siempre por alguien más. Esto no es exclusivo de la mujer. Al hombre lo oprime igual el padre. El estado. El jefe. El vecino o el hermano que se creen mejor por tener un auto más caro. etc. La diferencia estriba en que el hombre jamás tiene permitido demostrar que se siente lastimado, herido o usado. Se le educa para soportar con estoicismo su papel de subordinado. A divinizar a quienes lo subordinan. A competir y combatir a perpetuidad con quienes están en su mismo nivel jerárquico. Y a despreciar a quienes, según esa misma jerarquía arbitraria, están por debajo.
Esto provoca que los hombres se encuentren siempre en un perpetuo estado de soledad inducida. Porque no pueden acercarse emocionalmente a sus superiores, a riesgo de ser víctimas de un desprecio absoluto. No se pueden “tomar esas confianzas”. La camaradería entre “iguales” siempre está permeada con un alto nivel de competitividad malsana. Los hombres tienen que esconder sus impulsos de ser tiernos y cariñosos entre ellos, con actitudes agresivas y dominantes. Así, no pueden generar vínculos emocionales de verdad con nadie. Porque sólo podemos amar verdaderamente a quienes admiramos y respetamos como iguales.
Por eso podemos ver mujeres que se tienen atenciones y detalles cariñosos sin gran conflicto. Porque la sociedad les tiene permitido, al menos, que entre sí se consideren iguales y se sientan acompañadas. Pero los hombres siempre deben guardar las apariencias, porque parecer “débil” sería lo peor para ellos
Así como una mujer ha tenido negado por años el ámbito de la fuerza y de la vida pública. El hombre ha sufrido severas restricciones para acercarse al ámbito del cariño y la ternura íntima.
Miramos a las mujeres cómodas cuando se abrazan entre ellas. Un par de mujeres no saltarán con espanto y sospecha si sus manos se rozan accidentalmente sobre la esa. No tendrán reparos en besar la mejilla de la otra, decirse que se quieren y ofrecerse de manera explícita apoyo emocional. Una mujer no se sentirá cohibida llorando frente a otra. Pero un hombre debe disfrazar de rudeza sus muestras de interés por otro hombre. Aunque no se trate en lo más mínimo de un interés erótico. Debe cubrir de agresividad su intensa necesidad de tocar y ser tocado. Porque por el simple hecho de ser un ser humano necesita contacto físico. Esta gran limitación de la intimidad física, que sólo parece permitírseles en un contexto sexual con una mujer, bien puede explicar porqué consideramos que los hombres con sexualmente más activos que la mujeres. Tal vez la cuestión del sexo sea sólo un pretexto para conseguir cualquier tipo de intimidad y cariño de orden táctil.
Consideremos que un bebé, en circunstancias normales, es mimado y toca do todo el tiempo por su madre. Una niña podrá continuar recibiendo estas muestras de cariño de familiares y amigas por el resto de su vida. Pero a partir de cierta edad, al hombre se le niegan de tajo. Sólo reaparecen en el trato íntimo con la pareja, y en ocasiones, con los hijos.
Pasa lo mismo con otras conductas. Los hombres, al igual que las mujeres, se comportan según estereotipos muy arbitrarios. Éstas arrastradas a la ineptitud aparente, aquellos obligados a la acción a toda costa. Sometidos a muchísima presión, deben de construirse una imagen de poder absoluto sobre quien se pueda.
Podría decirse que los hombres tienen, después de todo, algunas “ventajas sociales”. Pero no ha ventaja que alcance a compensar el hecho de ser despojados de la maravillosa mitad creadora y tierna de su ser.
Todos los hombres tienen la capacidad de ser criaturas infinitamente amables. Amorosas. Maternales. Creativas y cooperativas. No sólo tienen la capacidad, también tienen el profundo deseo de serlo. Así como la verdadera liberación de la mujer significa deshacerse del lastre de los estereotipos sociales, la liberación del hombre va por el mismo camino.
Un guerrero de luz sabe que la dualidad en su interior es sagrada, perfecta y hermosa. Sabe honrarla y apreciarla y no se deja llevar por imposiciones arbitrarias, ni por energías negativas y del caos que sólo buscan dividir lo que tiene que ser indivisible:
La plenitud de su alma y la comunión con Gaia, la gran madre creadora de todos.
AUTOR: Kikio. Redactora en la gran familia de hermandadblanca.org
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es asi de sierto me encantó
muchas gracias