Los Niños y el Futuro de la Humanidad por Alfonso del Rosario

Rosa (Editora)

Jesus y los niños hermandadblanca.org

Si hay algo en la vida que nos puede hacer revivir tiempos pasados, haciéndonos recordar esos momentos de inocencia y de pureza, es la de un niño. Contemplar sus reacciones vitales, su mirada limpia, su sonrisa espontánea y esa curiosidad innata que trata de descubrir lo misterioso y desconocido que hay en todo lo que le rodea, es algo que merece la pena experimentar. Para el niño todo es nuevo, las sensaciones que recibe y le transmiten quienes le rodean, las experiencias que va acumulando en su interior como resultado de la interacción con este mundo tan desconocido para él, van a ir introduciéndole poco a poco en la realidad de la vida, preparándole para los avatares con los que en el futuro va a tener que enfrentarse.

Los niños son como ventanas abiertas a lo desconocido, a lo virginal, a lo más sutil y espiritual, son todo un mundo de sensaciones y de vivencias inexplicables que nosotros como padres o tutores y responsables de ellos, hemos de ir averiguando a través de la atenta observación, para poder así ayudarles en su desenvolvimiento integral.

Un hijo, es una responsabilidad y una bendición que lo Alto proporciona a cualquier familia que pretende con Amor ofrecer su hogar para que un Alma pueda seguir progresando y evolucionando, siguiendo casi con toda seguridad, el entramado kármico establecido en épocas pasadas, probablemente en otras existencias, donde previamente y aún sin recordarlo en la actualidad, adquirieron con nosotros ciertos compromisos de continuidad familiar, para poder así saldar antiguos débitos de lecciones de convivencia que no se saldaron satisfactoriamente y que han de volver a repetirse en igual o parecidas circunstancias, para de esta forma, poder liberarse de condicionantes que muy probablemente interfieren el futuro evolutivo de todos o de algunos de los componentes del grupo familiar.

El calor fraternal y el afecto amoroso que transmitimos a un niño cuando lo estrechamos con nuestros brazos, es de un valor pocas veces comprendido. Estrechar y rodear con nuestras brazos a nuestros hijos, uniendo físicamente ambos corazones, es una práctica de transmisión de energías de muy alto valor espiritual que deberíamos efectuar con más frecuencia, ya que de esta forma les proporcionamos y transmitimos a través de esta unión física-afectiva los más nobles sentimientos, las más sutiles y enaltecidas vibraciones espirituales, generando en las incipientes auras infantiles, reflejos de multicolores tonos cromáticos de intensa belleza. Sucede lo mismo cuando dos personas se abrazan con la intención de transmitirse la una a la otra, a través de sus respectivos corazones, amor y nobles sentimientos.

En el caso de la madre, por su proximidad física y su amorosa condición afectiva, el abrazo que con frecuencia da a su hijo y la transmisión que a su vez le proporciona de ternura y cariño, le va alimentando internamente con valores emocionales y sensitivos de una alta gama vibratoria que le servirá y ayudará en el futuro para ser más consciente de los sentimientos y de las necesidades de aquellos con los que va a tener algún tipo de relación, ya sea dentro del ámbito familiar como fuera de él.

Los niños nos están proporcionando constantemente lecciones magistrales de convivencia y de correctas relaciones, haciendo que el núcleo familiar sea más compacto y cohesivo, en donde las experiencias compartidas por todos sus miembros, les va a ir entrenando y madurando en los aspectos éticos, morales y sicológicos.

Creo muy sinceramente, que la auténtica escuela de la vida se encuentra dentro del entorno familiar, donde tanto los hijos como los padres, al intercambiar permanentemente pensamientos, emociones y sentimientos elevados, crean un aura común de energética y alta trascendencia, que rodea y protege al grupo familiar de vibraciones e interferencias negativas con las que con toda probabilidad tendrán que enfrentarse en el transcurso de sus vidas. Si en cada existencia traemos todos, tanto buenas como malas experiencias, positivas y negativas tendencias en forma de virtudes y defectos acumulados en vidas anteriores, la misión de los padres es despertar y fomentar en la conciencia del niño sólo las buenas inclinaciones, los buenos hábitos y las virtudes espirituales que adornan el Alma del niño recién llegado, para que la familia se convierta así en el lugar de paz y de armonía, donde reunidos todos, padres e hijos, puedan ayudarse mutuamente en el camino hacia la perfección. Tanto los más ancianos, como los  más jóvenes reunidos todos dentro del mismo hogar, deben apoyarse conjuntamente para lograr esas metas de perfección a las que todos aspiramos alcanzar en algún momento de nuestras todavía lejanas existencias.

¿Que mejor sitio que en el seno familiar, es donde podemos aprender y practicar las bases de la fraternidad universal, de la auténtica hermandad, del sacrificio, del desinterés, de la solidaridad, del altruismo, de la compasión, etc., aspectos trascendentes y espirituales del Amor Incondicional e Inclusivo que practicamos y experimentamos en el seno del la familia? Una vez aprendida y practicada esta lección espiritual entre padres, hijos y hermanos, con la mayor benevolencia podremos aplicarla y hacerla extensiva al resto de la humanidad y al resto de seres, ya que habremos adquirido esa visión de heterogeneidad personal y de integración espiritual que supone el sentirnos y saber que todos formamos parte de una sólida Unidad de Vida y de Conciencia.

Algunos Maestros como parte de su aprendizaje y experiencia espiritual, adquieren el compromiso del matrimonio y el de tener hijos. Esto último puede suceder casi con toda probabilidad, por haber participado en vidas anteriores, en algún tipo de especial entrenamiento espiritual, dentro de algún Ashram, en alguna Escuela de Misterios, o bien como culminación de ciertas lecciones que deben ser ultimadas a través de la íntima relación de padre e hijo. En este caso de asociación de padre-hijo o de maestro-discípulo dentro del entorno familiar, los beneficios que recibe el niño son de un valor incalculable ya que no solo va a vivir un largo periodo de años dentro del Aura del Maestro, sino que va a recibir de él una especial atención personal, que en otras circunstancias no podría llevarse a efecto.

Mucho se ha escrito sobre la expresión popular de manifestar el niño interior que  llevamos dentro. Entiendo que esta definición indica el volver a ese estado de inocencia y pureza inicial que hemos tenido en nuestra infancia y que la vida nos ha ido arrebatando poco a poco a través de nuestra inmersión en los quehaceres cotidianos de la vida ordinaria. Para lograr ese estado primigenio, de virginal pureza en la que se encuentra el Alma de un niño, debemos volvernos como ellos, vivir, sentir y experimentar como ellos lo hacen, con total serenidad, con total transparencia, con total desapego, con total desinterés, con total inegoismo, con total ausencia de malicia, con total ausencia de negativos prejuicios que nos pueden condicionar. Debemos ser sólo espectadores (no actores), que observan con nuevos ojos, el drama de la vida por primera vez como un gran espectáculo no contemplado antes, con la curiosidad e interés de percibir hasta en los más mínimos detalles, toda la belleza que esta magna obra de la vida pueda contener. Parece fácil decir de forma coloquial, convertirse y comportarnos como niños, pero este hecho requiere toda una gimnasia de duro y constante entrenamiento interno en el que hemos de poner a prueba toda nuestra atención, ese estado de alerta constante que tanto se menciona en los grupos de entrenamiento esotérico, al que sus adeptos deben someterse y superar, si es que quieren alcanzar las elevadas metas de la perfección, de la iluminación y de la liberación final.

Para que en nosotros aflore ese niño interior, debemos eliminar los defectos más burdos de nuestra personalidad que empañan la visión de la realidad, como son los hábitos trasnochados, los tabúes no superados, los fanatismos mal orientados, etc. De esta forma, podrá aparecer ante nosotros la belleza y lo novedoso que percibe el niño en todo lo que le rodea, en todo lo que ve, en todo lo que toca. En esta situación de total libertad e inocencia, él siente y experimenta real e intensamente las vibraciones y las sensaciones que transmiten todas las personas y todas las cosas de forma auténtica, real y verdadera.

En este sentido, aparecen cada vez más artículos y comentarios que tratan sobre los niños índigo, definición que según creo se debe a aquellos niños que supuestamente representan un estado superior de la evolución humana, la avanzadilla de la denominada Nueva Era. Lo del color índigo, parece ser a que el aura de estos niños, están matizadas por este color, lo que indica en quién lo posee, unas connotaciones de muy alta espiritualidad.

En lo referente a estos niños índigo o en casos parecidos, hay que recordar, que en ciertos niveles de los planos internos, como el Devachán, hay Egos o Almas, que dada su elevada espiritualidad alcanzada en anteriores existencias, están esperando la oportunidad de continuar con su trabajo evolutivo, para encarnar en cuerpos de niños dotados de una sutil estructura atómico-molecular y de una especial sensibilidad, acorde con ese estado altamente espiritual de estas elevadas Almas. Para que este hecho suceda, para que puedan encarnar estas Almas en unos vehículos adecuados a su estado evolutivo, han de encontrar unos padres que estén en posesión de una alta espiritualidad, que tengan unos especiales componentes genético-espirituales, ya que han de ser ellos, los padres, los que han de proporcionar los materiales puros y transparentes que necesitan este tipo de seres para estructurar los vehículos físicos de manifestación cíclica en su venida a la existencia en el plano físico, teniendo que poseer un estado altamente vibrante y energético, similar al de estos Egos para que puedan complementarse ambos y hacer suyo esta vestimenta humana.

Una de las asignaturas pendientes que tiene la Humanidad, es facilitar el camino de retorno a la experiencia y oportunidad de la vida física, a Egos o Almas altamente evolucionadas (no me refiero a Maestros, Arhats, o casos parecidos), para que puedan encontrar lo antes posible vehículos adecuados a su especial condición espiritual. Para que esto suceda, debemos los que aspiramos ser padres de elevadas entidades espirituales, hacer lo necesario para mejorarnos en todos los ámbitos, en el material a través de nuestra correcta atención en lo referente al cuerpo físico, a la alimentación y sanas costumbres, como también en lo referente  a la correcta forma de pensar, de sentir y de actuar, para transmutar y sublimar adecuadamente la composición y estructuración bioenergética, para poder atraer magnéticamente a este plano físico de pruebas y aprendizaje, a estos Egos más evolucionados  que den un nuevo y potente impulso evolutivo a la raza humana y a todo el planeta, unos seres en los que la unidad de vida y de conciencia serán los argumentos que esgrimirán en sus vidas para inculcárselo a las siguientes generaciones de seres que en el futuro conformarán la Nueva Humanidad.

Este es el motivo por el que debemos de prestar toda nuestra especial atención a nuestros niños, a nuestros hijos, si queremos que se produzcan estos cambios tan radicales en el mundo y en la sociedad. Debemos dedicarles todo nuestro cariño, todo nuestro amor, todo nuestro afecto, con la misma ternura y admiración a como lo hacen ellos con respecto a nosotros, transmitiéndoles así las más sutiles emociones y las más refinadas y exaltadas sensaciones, para hacerles saber que los queremos, que los amamos y que les vamos a proporcionar todo aquello que van a necesitar para que su estancia en este mundo y en esta vida sea lo más fructífera posible, para que puedan expresar y transmitir a toda la sociedad el mensaje que cada uno a través de su propio dharma han de dejar constancia en este planeta y en esta vida en especial.

Una de las tareas más difíciles y necesarias en la educación de nuestros hijos, es la de enseñarles a pensar por sí mismos, a razonar de forma lógica y natural, a reflexionar sobre aspectos sublimes y espirituales, para que de esta forma haya un total conocimiento y libertad de decisión, de tomar por sí mismos el camino correcto, de sopesar correctamente los pros y los contra,  de que no sean otros los que les impongan su propio criterio. Los padres, debemos tener siempre presente que nuestros hijos, son entidades espirituales que vienen a nosotros para que les facilitemos los medios necesarios para que puedan convertirse en una realidad física-espiritual, entendiendo que tenemos el privilegio y la grandiosa oportunidad de ayudarles para que estas elecciones y decisiones que ahora el niño y más tarde el adulto, sean las más correctas y adecuadas posibles dentro de sus propias capacidades sicológicas y espirituales.

Debemos recordar también, que nuestros hijos de hoy quizá hayan sido antes nuestros padres o nuestros hermanos, no lo sabemos y sin embargo es una posibilidad que se puede dar, por lo que tenemos que tratarles como a iguales, con respeto y cariño, viendo en ellos, en sus caras, en sus ademanes, reflejados quizá a  algunos de nuestros seres más queridos que ya no conviven con nosotros en este plano físico. En la medida en que seamos conscientes de este hecho, de mejor forma y más eficazmente se podrá realizar este enaltecedor trabajo de interacción fraternal y grupal.

Dicen los Maestros, que el desarrollo del niño desde que nace hasta que empieza a caminar solo por la vida con total conocimiento y responsabilidad, se estructura y realiza aproximadamente a través de ciclos de siete años, siendo los tres primeros de estos ciclos los más importantes y en los que debemos prestar más atención para poder ayudarles así mejor a que ese desarrollo, físico, sicológico y espiritual sea lo más fructífero y correcto posible.

Hay un primer ciclo que comienza en el mismo momento del nacimiento y que se completa aproximadamente a los siete años. En el transcurso de este tiempo, tiene lugar el afianzamiento de la estructura del vehículo etérico en el cuerpo físico, configurándose como una unidad indivisible que sirve de soporte a la libre circulación de las energías de los planos o niveles superiores. Son estos primeros años de la infancia, en el que aprenden los niños a sentir y experimentar su cuerpo físico, corriendo, jugando, saltando, etc.

El segundo ciclo, se inicia aproximadamente a los siete años y culmina a los catorce. Es la etapa donde el vehículo astral, el de los sentimientos y de las emociones se complementan y consolidan con el cuerpo etérico-físico. Es cuando el niño, empieza a sentir el deseo de muy distintas formas y también a experimentar todo tipo de emociones. Es la denominada edad del pavo, en la que se va abandonando poco a poco la niñez, todo lo infantil, para entrar en el de la adolescencia o pubertad, en donde comienza a preocuparse por sus relaciones familiares, afectivas, por los amigos, por la participación en actividades de grupo y también por la parte interna, de ideales y sentimientos de tipo filosófico-religioso, y a experimentar también sensaciones como preocupación, dolor, placer y toda una interminable serie de pares de opuestos, principalmente los de odio-amor y egoísmo-generosidad.

El tercer ciclo, comienza aproximadamente a los catorce años y se completa a los veintiuno. En este espacio de tiempo, el adolescente incorpora a esta integración de la personalidad el cuerpo mental, el aspecto pensante e inquisitivo, de estudio y autoanálisis, de introspección y de manifestación externa de todo el potencial de experiencias y aprendizajes que ha ido acumulando paulatinamente desde su más tierna infancia hacia esta nueva etapa que le va a ir transformando en una persona adulta y madura. A la edad aproximada de veintiún años, según dice el Maestro D.K., debería poseer el mismo bagaje personal y la misma composición energética-espiritual que tenían sus periódicos vehículos de manifestación (físico-etérico, astral y mental) en el momento de fallecer en su anterior existencia, para poder continuar así ininterrumpidamente en esta presente existencia, con su proceso de experimentación y de evolución, según los cánones kármicos que haya generado en sus vidas anteriores.

Estos ciclos de siete años y los acontecimientos que interna y externamente tienen lugar en la vida de cualquier persona, son orientativos, aunque por lo general parece ser que se aproximan bastante a esta ley cíclica de siete años. Las diferentes características internas del Alma, de su estado evolutivo, condicionantes kármicos, etc., determinarán en muchos casos la prolongación y duración de estos ciclos vitales en cada persona.

En el transcurso de nuestras vidas tenemos que enfrentarnos a veces con situaciones poco agradables como los problemas de salud y de enfermedades que en algunos casos originan el fallecimiento de algún hijo o de algún ser muy querido. En algunas familias, coinciden con poca diferencia de días o de meses, el que varios miembros muy próximos entre sí, desencarnan casi a la vez, hijos, padres, esposos, hermanos, tíos, etc., personas con las que nos hemos sentido muy unidos e identificados. De la misma forma también hemos podido comprobar como dentro de nuestro entorno y proximidad familiar, encarnan y vienen a la existencia varios Egos casi a la vez, en fechas muy próximas entre sí, en cortos periodos de tiempo. En ambos casos, tanto en los que nos abandonan como en los que se incorporan dentro de nuestro entorno familiar, hay casi siempre un componente kármico que no debemos de olvidar y es el hecho de que hay grupos de seres que coinciden en varias vidas para afianzar o eliminar lazos kármicos que necesitan a través de sus dharmas respectivos, comprometidos de forma voluntaria en muchos casos antes de nacer, para seguir progresando, individual o colectivamente. De esta forma se unen indisolublemente diferentes miembros familiares durante varias existencias, como padres o como hijos indistintamente para completar de forma conjunta algún trabajo específico que deben realizar o perfeccionar para alcanzar algún grado superior de habilidad espiritual.

Para que en el futuro se establezca en la Humanidad una perfecta Fraternidad y Hermandad de Almas y de Conciencias, hemos primero de ser nosotros los padres, abuelos, familiares o tutores, los que tenemos alguna responsabilidad y posibilidades de estar en contacto con los niños, los que tenemos que hacer el esfuerzo necesario para comportarnos, y ser ejemplo y reflejo de todo lo que supone un correcto ideal para un niño. Debemos a través de esa exteriorización de nuestro niño interno, transmitirles la natural inocencia que ellos poseen, la alegría, el afecto, el cariño y el amor a todo lo que nos rodea. Debemos tener presente, que como padres o familiares, estamos afectados por una gran responsabilidad hacia estos niños tan íntimamente cercanos a nosotros, sabiendo que en el futuro serán los padres y tutores de las siguientes generaciones, y que recrearán en su entorno las mismas circunstancias y situaciones de Alta Espiritualidad que les hemos inculcado y enseñado, y que esperamos y deseamos se hagan realidad en nuestro planeta. Tenemos que ser muy exquisitos en los pormenores de la educación de estos jóvenes seres para hacer que se despierten y se expresen desde lo más profundo de su ser, los más nobles valores éticos-espirituales, junto a los más elevados ideales de Buena Voluntad, enseñándoles a ser útiles a la sociedad dentro de los correctos patrones de solidaridad, de justicia y de libertad, porque así de esta forma, estaremos sentando las bases y capacitándoles para que se conviertan en grandes exponentes espirituales que convertirán a nuestro mundo, en una sociedad de Almas Liberadas, haciendo que el karma negativo grupal y mundial desaparezca y donde la Raza Humana se reconozca como instrumento consciente para hacer nuestra, esa máxima aspiración espiritual, que es la de convertir al Reino Humano, en una Gran Hermandad y Fraternidad Universal de Seres, en donde sólo se viva por y para transmitir Amor a todo el Planeta.

Autor: Alfonso del Rosario

alrogiss@yahoo.es

8 Abril 2012

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