Médicos Sin Fronteras. ONGs. Solidaridad
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A Través del Armario
Llegó la noche oscura y con ella, mis miedos. Es curioso, pues durante el día no me atacan sino que se quedan quietos, invisibles, y además silenciosos, hasta que la luz diurna se hace diáfana y la luna brilla en el cielo estrellado. Entonces vienen.
Quizás me buscan porque les llamo con mi ansiedad, la que dificulta enormemente mi respiración y la hace sonora, a la vez que los latidos de mi corazón retumban por toda la estancia.
No puedo olvidar una noche en la que mi dulce hermanita dormía en la cama de al lado, soñando seguramente con angelitos de cabellos claros. Un chirriante sonido me despertó y fue tan insistente que decidí levantarme e ir en su búsqueda. Después de dar varias vueltas y helarme de frío, decidí que el dichoso sonido venía del interior del armario. Resolví pues acercarme lentamente para no hacer ruido y poniéndome de puntillas conseguí girar la gigantesca llave dorada. Tuve que arrodillarme para abrir la puerta, pues se atrancaba, y era necesario abrirlo desde abajo tal como veía hacer a mi madre. Con mucho esfuerzo conseguí abrirla, a la par que tal chirriante sonido se alejaba y se hacía poco a poco inaudible.
Entonces, descubrí una luz, una hermosa luz azulada, que se colaba por una pequeña rendija en el fondo de tan enorme armario, lleno de ropa y de cajas y cajas de sombreros.
Me aventuré sin pensarlo demasiado ya que a pesar de todo mi hermana no se había despertado y dormía como un lirón. Me asomé desde allí a una pequeña habitación en la cual entré sin ser invitada.
Era evidente que estaba en un hospital. Cómo había llegado el hospital a la parte trasera de mi armario era más que un misterio, era para mí un enigma. Aunque lo importante en esos momentos era explorar el terreno.
Se oían toses y gemidos. Los enfermos que ocupaban las camas eran en su mayoría niños, niños de todas las edades, niños como yo.
El ruido del exterior era ensordecedor. Nunca había estado en un escenario parecido, seguramente libraban alguna guerra de las que asolan el mundo. Diría que el estruendo era debido al pánico de la población pues todos corrían, huyendo de algo o alguien, tropezando con todo lo que encontraban a su paso.
El olor se hizo insoportable así es que decidí salir a la peligrosa calle. No entendía nada de lo que decían aunque los diversos idiomas en los que se comunicaban no eran para mí totalmente desconocidos; retazos de francés, inglés e incluso español. Por ello imagino que viajé a algún lugar del áfrica septentrional, aunque no estoy muy segura de ello.
Un grupo de hombres apuntaba a otro grupo de hombres igual de numeroso. Los fusiles fueron disparados varias veces, hasta que todos cayeron al suelo, muertos.
Volví al interior de la estancia a enfrentarme a la triste mirada de los niños enfermos, pues después de lo que acababa de ver ya no me parecía éste un lugar tan desagradable.
Nadie se había dado cuenta de mi presencia, paseaba entre ellos como si fuese un fantasma, mirándolo todo.
De repente, oí a alguien hablar en mi idioma. Me acerqué decididamente y me presenté.
-¿Qué haces aquí niña? ¿De dónde has salido?
-Del armario- contesté, señalando la abertura por la que había entrado.
-Vete de aquí enseguida. Estamos en guerra. No tenemos tiempo para juegos.
Supuse que el médico no me creyó, sino que pensó que sería una niña curiosa del pueblo, pues mis rasgos y facciones no son tan diferentes de las de los niños y personas del lugar.
-¿Están enfermos estos niños?- le pregunté.
-Sí, muy enfermos. Apenas tenemos medicinas. El agua se nos ha acabado cuando ellos, los señores de la guerra, han llegado. No sabemos qué va a pasar.
Uno de los niños empezó a llorar y a gritar. La herida que tenía en la pierna sangraba demasiado. La operación a la que había sido sometido unas horas antes no había salido bien. El niño murió. La luz de sus ojos se apagó poco a poco.
Su historia es la misma que la de miles de niños africanos y de otras partes del mundo en guerra: Había salido por la mañana a recoger agua. Al volver, el camino había sido sembrado de minas. Marchaba con la garrafa de agua sobre la espalda, sonriente, cuando pisó una de ellas. La explosión hizo que su sonrisa se apagase para siempre. La herida se infectó rápidamente pues los médicos no disponían de suficientes antibióticos.
Decidí irme, volver por donde había venido, pues allí no era útil y la tristeza me inundaba. Crucé la puerta del armario con la convicción de hacer algo al respecto. Pero ¿qué podía hacer?
Al volver a mi cama despacio, sin hacer ruido, no pude evitar llorar a lágrima viva. ¿Y si vienen? ¿Quién me dice que no avanzan a través de los desiertos? ¿Y si cruzan la puerta de mi armario? Estos son mis miedos, aunque me asegure cada noche de que el armario está bien cerrado, no puedo evitarlos.
Les pregunté a mis padres qué hacen nuestros gobiernos para ayudar a estos niños o a los médicos que les tratan, quién vende las armas a los llamados señores de la guerra…… No me contestaron, no sabían qué decirme. Ningún adulto supo nunca contestar a mis incómodas preguntas de niña de doce años.
En mi humilde opinión, en este mundo nuestro falta Amor y sobran toneladas y toneladas de materialismo e insano egoísmo.
Asun García
Diciembre de 2016
Si es un cuento cumple la función de despertar la conciencia. Si es una experiencia infantil, y por ende verdadera, cumple con alertarnos sobre las cosas que decidimos y aceptamos. Muchas gracias por compartir esta bella pieza literaria!!!! Saludo Cordial!!!
Gracias a ti Marina.
El mundo necesita un cambio de conciencia.Llega un nuevo paradigma, después de la terrible experiencia que hemos vivido, o que aún vivimos. Ojalá logremos inclinar la balanza.
Saludos!!!
Asun
Para reflexionar mucho! Infinitas gracias! ???❤️?
Sí. En este mundo nuestro falta reflexión.
Gracias!!!
En la medida en que tod@s nosotr@s, a pesar de que en este mundo que amo muchísimo, pero pasan cosas realmente de bestias brutas, quizás pueda estar incluido, lidiamos con las emociones y tengamos que aprender más a calmar las aguas.
Gracias María!