El Reino Perdido de Agharti o nuestros recuerdos del Mundo Subterráneo. Parte 1

Eva Villa

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La leyenda de Agharti hace referencia a la creencia en un reino subterráneo, un reino legendario situado en el subsuelo, vinculado con las esquinas alejadas de la Tierra mediante una red de túneles. Este mito, relacionado con la teoría de la “Tierra Hueca” puede rastrearse hasta la antigüedad. De hecho, encontramos mención de Agharti en las más antiguas tradiciones, y referencias en antiguos manuscritos pertenecientes a las primeras civilizaciones.

La mayor parte de estos relatos hablan de que Agharti está habitada por un pueblo que se asentó allí mucho antes de los albores de la Historia conocida: una raza amante de la paz, interesada por la pureza de sus vidas, y que ejerce una influencia moderadora sobre los pueblos que viven sobre la superficie terrestre. Aunque en estos tiempos, la influencia de este pueblo sabio en el hombre moderno, pasaría a ser meramente simbólica.

Referencias al Reino Legendario

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Podemos descubrir la firmeza con que está enraizada la idea de Agharti en obras clásicas como el libro de Louis Pauwels y Jacques Bergier The Morning of the Magicians” (El Retorno de los Brujos, 1960):

Los textos religiosos más antiguos hablan de mundos separados situados bajo la corteza terrestre que se supone son el lugar que habitan los espíritus que se fueron. Cuendo Gilgamesh, el héroe legendario de la antigua épica sumeria y babilónica, fue a visitar a su antepasado Untapishtim, descendió al interior de la Tierra; y fue allí done Orfeo fue a buscar el alma de Eurídice. Ulises, habiendo alcanzado los límites más alejados del mundo occidental, ofreció un sacrificio para que los espíritus de los antiguos se elevaran de las profundidades de la Tierra y le dieran consejo. Se dice que Plutón reina en el submundo y sobre el espíritu de los muertos. Los cristianos primitivos solían encontrarse en las catacumbas, y creían que las almas de los condenados iban a vivir en cavernas bajo la Tierra.”

Por poner otro ejemplo, solo tenemos que citar a Sabine Baring-Gould, quien ha dicho:

Las cuevas maravillosas y las entradas a un submundo misterioso son comunes en muchos países. Las historias alemanas sobre la montaña de Venus, en la que está el cadáver de Tannhäuser, o de Federico Barbarroja en el Unterberg, o las historias galesas del rey Arturo en el corazón de la montaña, o las fábulas danesas de Holger Dansk en los sótanos bajo el Kronenburg, se refieren todas a la creencia generalmente extendida de un submundo habitado por espíritus”.

Por otra parte, el arqueólogo Harold Bayley, en su fascinante libro“Archaic England, 1919”, ha hecho avanzar el tema al señalar que se supone que muchos de nuestros héroes legendarios habían venido realmente del mundo subterráneo. De este modo escribe:

Prácticamente todos los poderosos hijos de la mitología son representados como surgidos de las cuevas o del mundo subterráneo: Júpiter o Chi había nacido en una cueva y era venerado en una cueva; se decía que Dionisos había sido alimentado en otra; Hermes había nacido en la boca de una cueva, y es notable que, cuando una cueva se sigue presentando como el lugar de nacimiento de Jesucristo en Belén, San Jerónimo se quejaba de que en sus tiempos los paganos celebraran los cultos de Thammuz o Adonis en esa misma cueva”.

Los Mil Nombres de Agharti

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En definitiva, tanto la etimología como la mitología señalan la probabilidad, si no la certeza, de que entre los antiguos una cueva, natural o artificial, era considerada como el símbolo, y en cierta medida facsímil, del intrincado útero de la creación o de la Madre Naturaleza.El hombre en su estado primitivo”, -dice la Antropología- “considera que ha emergido de alguna cueva; de hecho, de las entrañas de la Tierra. Casi todos los mitos de creación consideran que el hombre ha emanado así del interior de la gran madre terrestre”.

Siguiendo al profesor Henrique Jose de Suza, en su fascinante artículo titulado: “¿Existe Shangri-La?”, podemos afirmar lo siguiente:

En todas las razas de la humanidad, retrotrayéndose hasta el alba de los tiempos, hubo una tradición concerniente a la existencia de una tierra sagrada o un paraíso terrestre, en donde los ideales más altos de la humanidad eran realidades vivas. Encontramos este concepto en los escritos y tradiciones más antiguos en los pueblos de Europa, Asia Menor, China, India, Egipto y America. Se decía que esta tierra sagrada solo podía ser conocida por las personas que realmente lo merecían, puras e inocentes, por cuyo motivo constituye el tema central de los sueños de la niñez.

En la antigua Grecia, en los misterios de Delfos y Eleusis, esta tierra celestial era llamada Monte Olimpo y Campos Elíseos. También en los primeros tiempos védicos recibió diversos nombres, como Ratnasaru (Cima de la Piedra Preciosa), Hermadri (Montaña de Oro) y Monte Neru (Hogar de los Dioses) y Olimpo de los Hindúes. Simbólicamente, la cima de esta montaña sagrada es el Cielo, su parte central está en la Tierra y su base en el Mundo Subterráneo.

Los eddas escandinavos mencionan también esta ciudad celeste, que era la subterránea Tierra de Asar de los pueblos de Mesopotamia; era la Tierra de Amenti del Libro Sagrado de los Muertos de los antiguos egipcios; era la Ciudad de los Siete Pétalos de Vishnú, o la Ciudad de los Siete Reyes de Edom, o el Edén de la tradición judaica. Dicho de otro modo, era el Paraíso Terrestre.

En toda Asia Menor, no sólo en el pasado, sino también hoy, existe una creencia en la existencia de una ciudad de misterio llena de maravillas, conocida como Shamballah, en donde está el Templo de los Dioses. Es también el Erdemi de los tibetanos y los mongoles.

Los persas la llamaban Alberdi o Aryana, Tierra de sus Antepasados, los hebreos Canaán y los mexicanos Tula o Tulán, mientras que los aztecas la llamaban Maya-Pan. Los conquistadores españoles que llegaron a América creyeron en la existencia de tal ciudad y organizaron muchas expediciones para encontrarla, llamándola El Dorado, o Ciudad de Oro. Probablemente supieran de ella por los aborígenes, que le daban el nombre de Manca o “Ciudad cuyo rey lleva ropas de oro”.

Los celtas conocían esta tierra sagrada con el nombre de “Tierra de los Misterios”, Dust o Dunanda. Una tradición china habla de la Tierra de Chivin o “Ciudad de una docena de serpientes”. Es el mundo subterráneo, que está en las raíces del cielo. Es la tierra de los calcas, calcis o kalki, la famosa Cólquida que buscaban los Argonautas cuando partieron en pos del Vellocino de oro.

En la Edad Media se le llamaba la Isla de Avalón, en donde los caballeros de la tabla redonda, partieron a buscar el Santo Grial, símbolo de obediencia, justicia e inmortalidad. Cuando el rey Arturo fue seriamente herido en una batalla, pidió a su compañero Bediverer que partiera en un bote a los límites de la tierra con las siguientes palabras: “Adios mi amigo y compañero Bedivere, voy a la tierra donde nunca llueve, en donde no hay enfermedad y en donde nadie muere”. Esta es la Tierra de la Inmortalidad o Agharti, el mundo subterráneo. Esta tierra es el Valhalla de los nórdicos, el monte Salvat de los caballeros del Santo Grial, la Utopía de Thomas More, la Ciudad del Sol de Campanella, el Shangri-La de los tibetanos y el Agharti del mundo budista.

Conforme avanza la historia de la humanidad, encontramos informes menos generales y más específicos sobre esta extendida creencia en un maravilloso mundo subterráneo.

Seguiremos profundizando en el mito en sucesivos artículos.

AUTORA: Eva Villa, redactora y traductora en la gran familia de hermandadblanca.org

FUENTE; “El Mundo Perdido de Agharti” de Alec McClellan

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