Una Piedra en el Camino

una piedra en el camino

Una piedra en el camino

“La realidad es una ilusión persistente“ Albert Einstein

Andábamos en silencio, fascinados por lo que veíamos. Las paredes, el techo, el suelo… Todo era un juego de formas extrañas que el corazón de la tierra había ido cincelando en secreto, para un día ser descubierto por unos ojos curiosos y así ser reconocido como una maravillosa obra de arte, realizada por el artista más inspirado que conozco: la naturaleza…

La extraña belleza del lugar despertaba en todos los que allí estábamos, una mezcla de excitación y aventura, de cierta sacralidad y de miedo. Los que nos conocíamos, nos tocábamos levemente los unos a los otros con cualquier pequeña excusa y así, sin pensarlo siquiera, nos sentíamos arropados y reconocidos en una realidad mas familiar que la que el ambiente del corazón de la tierra nos ofrecía.

Siempre que nos hallamos frente a lo nuevo, sentimos algo de miedo. A la mente no le gusta no tenerlo todo todo controlado, ¿verdad?

Quien nos guiaba, nos iba señalando un rincón especialmente bello, un escalón especialmente difícil, un paso especialmente estrecho. Y detrás le seguían, pisándole literalmente los talones, los cinco sentidos de todos nosotros, registrando cualquier señal, en estado de prealerta: los ojos como platos, a duras penas parpadeando; los oídos abiertos y reaccionando al mas mínimo ruido inesperado como si de un trueno se tratara; el tacto buscando por todas partes algo reconocible a lo que asirse; el olfato rastreando oxigeno fresco en un aire saturado de humedades de otros siglos; el gusto saboreando perplejo un cierto gusto a salitre sulfuroso… Y el ay en la garganta de todos los corazones.

En estas estábamos, cuando se nos avisó que llegábamos a la zona más bella y peligrosa de todo el recorrido. Se nos instó a no acercarnos. La prudencia se agudizó. Nos agrupamos frente a una inmensa fosa en la que no se vislumbraba fondo alguno. Una persona, algo despistadamente, o atraída por el abismo -eso yo no lo sé- hizo amago de acercarse al borde. Otra gritó advirtiéndole del peligro. Y todos mirando hacia abajo, en un ay de nuevo. El espectáculo era tan bello, tanto. Las luces apenas alumbraban estratégicamente los relieves más llamativos. Parecía que si cayéramos por la sima llegaríamos al mismísimo centro de la tierra.

Y entonces pasó algo que nunca olvidaré.

Alguien cogió una piedra con la intención de lanzarla al vacío para adivinar a través del sonido la hondura del maravilloso precipicio.

El hombre levantó el brazo, preparado para soltar la piedra. Todos aguantamos la respiración. El silencio se hizo más espeso que nunca. El cuero cabelludo tensísimo para así conseguir que los oídos se abrieran más allá de sus límites. Hasta el ay del corazón calló. Todo para poder oir bien el final del viaje de la piedra al mismísimo centro de la tierra.

Y entonces, cayó la piedra. Y al segundo, el abismo se esfumó. Desapareció por completo. Y con la desaparición de la sima, desapareció el miedo a caer, la belleza del abismo, la necesidad de que nadie se hiciera daño, la excitación de la aventura, el vértigo… Desapareció la contención del aliento, los ojos como platos, la tensión de cada célula de nuestro cuerpo y nuestra mente. Desaparecieron todas nuestras expectativas de la hondura de la fosa, nuestras imágenes del centro de la tierra. Con la desaparición del abismo, desapareció todo lo relacionado con éste: los recuerdos de lo que acabábamos de vivir, lo que estábamos viviendo en aquel momento, y lo que habíamos imaginado que viviríamos cuando se lanzara la piedra. Cayó la piedra y cayó la vivencia entera.

Porque no había tal abismo. Había sido una ilusión óptica. Sólo habían tres dedos de agua quieta, que reflejaba con total nitidez el techo de la gruta. Y al caer la piedra, se habían formado ondas en el agua y la idea que teníamos en la mente, el abismo que habíamos dado por algo absolutamente real, ya no existía. Y la mente no tuvo nada a lo que asirse. Quedó perpleja y en silencio.

Y entonces, comprendí. Como si la piedra hubiera caído en mi mente (así funciona la mirada secreta…)

Comprendí

que mi mente da por real aquello que cree que es real, sin saberlo…

que todo lo que yo vivo es resultado de esa creencia…

y que es necesario, urgente, que empiece a dejar caer piedras en mis creencias para comprobar verdaderamente su realidad…

porque si no lo hago, toda mi vida será un juego de ilusionismo: mis miedos, mis expectativas, mis deseos, mis pensamientos, mis principios, mis análisis, mis interpretaciones, mis relaciones…

¡Bendita la piedra que encontré en mi camino!

¡Feliz Ahora!

Fuente:http://lamiradasecreta.com/

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