Una vida sin poder
¿Una vida sin poder puede ser llamada vida? Poder. El tan ansiado y esquivo poder. La humanidad, al menos en la historia que conocemos, ha estado marcada por una continua lucha por el poder. En el transcurrir de las eras se han erigido grandes civilizaciones como la griega o la romana, cuyo poder ha quedado manifestado por el uso de la fuerza, por su poderío militar y por su capacidad de conquistar a otros pueblos, los cuales sucumbieron ante el poder de estas.
El uso de la fuerza, desde tiempos ancestrales, ha sido considerado como el poder supremo. Así fue que llegaron conquistadores ingleses, españoles y portugueses a nuestro continente. Se impusieron a través del uso de la fuerza sobre los pueblos originarios de América, y los conquistaron. Pero antes, cada una de esas culturas sufrió al ser conquistada también a través del uso de la fuerza a manos de otros conquistadores. Muchas culturas a los largo de la historia han pasado a través del proceso de conquista.
Pero no es ese el poder al cual me voy a referir en este artículo. El poder de la fuerza es el efecto de otro poder aún mayor que es su causa. Este poder al cual me voy a referir, hizo que ciertas personas quisieran imponer a otras su propia voluntad, puntos de vista y creencias de forma obligada, a través del dominio. El poder del cual voy a hablar es el poder de elegir, que es el máximo poder que tiene un ser humano. A ese poder se le conoce como libre albedrío.
El máximo poder: Libre Albedrío
Suprimir el libre albedrío de los seres humanos se ha convertido en una cruzada para ciertos grupos de personas a lo largo de la historia, quienes se han amparado en el uso indiscriminado de la fuerza como principal arma de dominio, lo que ha erigido al uso de la fuerza como el principal poder. El más fuerte siempre impone su voluntad. Al menos esa es la creencia popular. Pero en realidad, aún utilizando la fuerza en grados extremos, un ser humano siempre tendrá la posibilidad de elegir, a menos claro que elija no tener elección, lo cual será una elección. De eso trata el Libre Albedrío.
Libre Albedrío, de acuerdo con la Real Academia Española, quiere decir «Potestad de obrar por reflexión y elección«, siendo la palabra potestad definida como «dominio, poder, jurisdicción o facultad«. Entonces, el libre albedrío es el poder de obrar por reflexión y elección.
Elegir no es un proceso externo a nosotros. Es algo interno y, por tanto, algo que no puede ser arrebatado. Podemos ser coaccionados, chantajeados, sobornados, amenazados o incluso torturados, y siempre, en cada caso, tendremos la posibilidad de elegir. Por tanto, el uso de la fuerza nunca estará por encima de la posibilidad de elegir. El libre albedrío no es algo que pueda ser arrebatado. Pero sí es algo a lo que podemos renunciar. De hecho, esa es la única manera de perder el libre albedrío: renunciar a él.
Renunciar al libre albedrío significa vivir en la ilusión de que no podemos elegir. Y esa, por supuesto, también es una elección. En esta ilusión de que no tenemos elección, no tenemos ningún poder, por lo que no tenemos control sobre nada en nuestras vidas. Somos víctimas de las circunstancias. La vida nos pasa por encima. Somos atropellados por la vida sin tener ninguna posibilidad de evitarlo.
¿Cómo es una vida sin poder?
Una persona que vive una vida sin poder es una víctima potencial para quienes le rodean. Es como si llevara en su frente escrito un cartel que dice: «abusen de mí«. Esta persona lleva consigo la energía de la victimización. Y la gente reacciona a su energía. El universo te da aquello que resuena con tu energía. Así que una persona sin poder se encontrará en su camino personas que quieren abusar de otras. Se encontrará con maltratadores de oficio y con cualquier persona y circunstancia que reafirme su condición de víctima.
Una persona que vive una vida sin poder es una persona resignada. Siempre hará a un lado sus propios deseos, porque creerá que no es capaz de obtener lo que desea. Se resignará siempre a obtener las sobras que los demás dejen. Y en la resignación hallará su muerte en vida, porque vivirá sin sueños ni esperanzas. Solo encontrará una vida de dolor y sufrimiento.
Una persona que vive una vida sin poder es una persona que nunca encontrará el amor, porque no se sentirá digno de ser amado. Para poder encontrar el amor es necesario primero amarse a sí mismo. Pero ¿cómo amarse a sí mismo si no sabe quién es? Una persona que renuncia a su propio poder es una persona que desconoce quien es. Es por eso que no puede amarse.
Entonces, una vida vivida sin poder es una vida de victimización, una vida de dolor y sufrimiento, una vida sin amor. Es una vida gris, llena de muchas obligaciones y muy pocas satisfacciones. Es una vida llena de muchos sacrificios y muy pocas recompensas. ¿Conoces a alguien así?
Cuando renunciamos a nuestro poder, quedamos a merced de fuerzas externas a nosotros que son las que determinan nuestro rumbo y destino. Dejamos que otros elijan por nosotros, lo que significa que renunciamos a crear nuestra propia realidad, lo que nos hace víctimas de las circunstancias.
Una vida sin poder es una vida llena de miedos. Es una vida en la cual estamos sumergidos en la supervivencia. Es hacer lo necesario para seguir respirando, pero nada más. Es una vida sin aspiraciones. Sin sueños ni ilusiones. Y eso no es para nada vivir…
¿Qué hacer para reconectar con nuestro poder?
Recuerda que el poder de elegir es algo propio del ser humano que yace en nuestro interior. No es algo que podemos perder. Renunciar a él es una elección, así como lo es reconectarnos con él. Así que, el primer paso para reconectar con nuestro poder de elegir es reconocer que existe y que es nuestro. Se trata de asumir la responsabilidad de nuestras elecciones entendiendo que no somos una estructura biológica limitada, sino algo mucho más grande que eso. Somos quienes utilizamos un cuerpo biológico como vehículo para transitar por la vida en el plano físico. Somos espíritus, fractales de una entidad superior a la que llamamos Dios.
Ese es el punto de partida para reconciliarnos con nuestro poder. Solo cuando nos reconocemos como fractales de Dios es que podemos ejercer plenamente nuestro poder de elegir. Y eso no es algo que se pueda obtener del mundo exterior. Para reconocernos como partículas de Dios debemos mirar hacia adentro, para así descubrir todo el potencial ilimitado que somos.
Y luego está nuestra intención. Una vez que reconozcamos lo que somos junto con nuestro poder, es necesario decretar, desde el Señor Dios de nuestro Ser, la intención aprender a usarlo. Es necesario aprender a elegir. Elegir no por lo que dicta el sistema en el que vivimos, ni por la tendencia que dicta la mayoría. Tampoco por la presión social o por la conveniencia. Tenemos que aprender a elegir desde el Señor Dios de nuestro Ser. Desde nuestra esencia. Debemos ser honestos con nosotros mismos. Este último paso es el inicio del camino hacia la maestría, porque a través de nuestras elecciones creamos nuestra realidad.
Una vida sin poder no es una vida. Es solo supervivencia. Es tratar de mantener al vehículo físico con vida, sin que nada más importe. Es así como nos perdemos de todas aquellas experiencias que nos trajeron aquí en primer lugar.
Nosotros no estamos aquí para sobrevivir. Estamos aquí para experimentar. Para vivir. No importa la edad, el sexo, la situación económica o la religión. Lo que importa es que asumamos nuestro poder de crear nuestra realidad a través de nuestras elecciones, y que lo usemos. De esa manera, el planeta se convierte en nuestro patio de juegos, y la vida se transforma en una aventura maravillosa…
AUTOR: Rafael Bueno, redactor en la gran familia de hermandablanca.org
Hola
Ese si.bolo que significa?