Conciencia o Consciencia, ¿qué diferencia hay?

Ricard Barrufet

La Conciencia es un término que en el ámbito de la espiritualidad ocupa un lugar muy destacado, pero ¿es correcto decir Conciencia? o deberíamos decir Consciencia?, porque a menudo hacemos un uso indiscriminado de ambas palabras, pero sin saber muy bien cuál de ellas es más acertada.

Lo cierto es que tanto Conciencia como Consciencia provienen del latín conscientĭa, que significa «con conocimiento», con lo cual, dado que ambos términos comparten un mismo origen etimológico, su significado vendría a ser el mismo: “el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno”. Esto significa que en la mayoría de los casos podríamos emplear cualquiera de las dos palabras y no estaríamos incurriendo en ningún error. Sin embargo, como a nivel conceptual sí existen algunas diferencias que hacen que estos dos vocablos no puedan ser siempre intercambiables, habrá que tener en cuenta el contexto en el que nos ubiquemos y el sentido que queramos darle a la oración, antes de decidirnos por una de estas dos palabras.

En filosofía, por ejemplo, se considera que la Conciencia es la facultad humana a partir de la cual uno decide actuar de una u otra manera, en función de la concepción del bien y del mal que se tenga. La Conciencia es pues, en este sentido, un término estrechamente vinculado a la moral, que empleamos para referirnos a todo tipo de cuestiones de carácter filosófico, ético o religioso; como por ejemplo “tener mala conciencia», “tener cargos de conciencia” o “hacer algo a conciencia”.

Para la psicología, en cambio, la Conciencia es un estado cognitivo no-abstracto o de vigilia, que permite que una persona interprete e interactúe con la realidad. O sea, que al decir, en este sentido, que una persona “no tiene conciencia”, no nos estamos refiriendo a cuestiones morales, sino a que la persona se encuentra desconectada de la realidad, por el simple hecho de que ha dejado de percibirla.

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Es decir, que podemos hacer uso de ambos términos indistintamente para decir, por ejemplo, que “alguien recuperó la consciencia después de haber sufrido un grave accidente”, pero no sería apropiado emplear la palabra “consciencia” para decir “mi conciencia no me permite robar”, puesto que aquí estaríamos haciendo una clara alusión a aspectos morales.

Hay por tanto una clara distinción entre el contexto ético o moral, en el que Consciencia no es sinónimo de Conciencia; y el estrictamente científico, que estudia los procesos mentales, donde Consciencia, sí lo es de Conciencia.

Pero la psicología distingue, además, tres niveles de Conciencia distintos, que clarifican un poco mejor esta diferenciación entre Conciencia y Consciencia. En un primer nivel está la Consciencia, que es el conocimiento inmediato que la persona tiene de sí misma, de sus actos, de sus reflexiones y de su interacción con el entorno; es decir, la parte más despierta y activa de la conciencia.

En un segundo nivel está el Subconsciente (o preconsciente), que es donde se ubica todo el cúmulo de experiencias, emociones, recuerdos, datos, etc., que la persona conserva en un segundo plano de su conciencia, pero al que le es posible acceder con cierta facilidad.

Y en un tercer nivel está el Inconsciente, que es donde se almacenan todos aquellos instintos, emociones, deseos y conflictos que, al no haber sido racionalizados, la persona no es consciente de la influencia que ejerce en su manera de actuar y de relacionarse con los demás.

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Según la teoría de Freud, es en este tercer nivel de la conciencia donde el ser humano ubica todo aquello que ha reprimido por inaceptable, pero aunque sin saberlo (sin ser consciente de ello), condiciona inevitablemente su comportamiento. Carl G. Jung, por su parte, quien incorporó a este tercer nivel el concepto de “inconsciente colectivo”, relaciona el inconsciente individual del ser humano con lo que él denomina la “sombra”.

La sombra es la suma de todas las facetas de la realidad que el individuo no reconoce en sí mismo. Es decir, que cuando una persona dice de sí misma que es trabajadora, tolerante, pacífica, respetuosa, sincera, honesta, espiritual, etc., significa que a cada una de estas características le precedió una elección. Optó entre dos posibilidades, eligió una y descartó la otra. De este modo, con el “soy trabajador, tolerante y pacífico”, queda excluido automáticamente el “soy vago, intolerante y violento”.

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Al identificarnos con cada uno de los pares de opuestos que conforman nuestra percepción dual de la realidad, vamos construyendo progresivamente nuestra personalidad. Siempre habrá por tanto uno de los dos opuestos que en mayor o menor medida será asumido como propio e integrado en el nivel consciente, y su contrario en cambio, considerado como ajeno, acabará siendo desterrado a la “sombra” de nuestra conciencia (el inconsciente).

De este modo podemos conferir al término Conciencia una atribución de carácter holístico, puesto que engloba a todo nuestro Ser; mientras que la Consciencia quedaría reducida a la parte visible de la propia Conciencia, la cual tanto describe nuestra personalidad, como nuestra percepción parcial de la Totalidad.

La analogía del Iceberg

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Si asemejáramos la conciencia de una persona a un gigantesco iceberg, del cual sabemos que tan solo una pequeña parte de la totalidad sobresale por encima del agua, el nivel Consciente sería la parte del iceberg que asoma a la superficie, el Subconsciente sería la parte que, a pesar de estar ya sumergida en el agua todavía es posible observarla desde el exterior; y el Inconsciente sería esa gran masa de hielo que permanece oculta en las profundidades del océano.

Esta analogía con el iceberg nos permite comprender que la Conciencia es la totalidad del Ser (incluyendo nuestro origen divino y todas nuestras vidas pasadas), mientras que la Consciencia es la parte reconocible de esa totalidad. Así la expresión “hacer una toma de conciencia”, es tanto como decir que hemos descubierto una parte de nosotros mismos que estaba oculta en nuestro Inconsciente, pero que en este preciso instante ha sido trasladada a la zona visible de nuestra Conciencia.

Es por esto que, en un contexto espiritual o metafísico, a pesar de que no resulte especialmente más significativo emplear un término que otro, es muy habitual utilizar la palabra Consciencia, debido a que hace referencia a esta parte visible del ser que va ensanchándose progresivamente en la medida en que vamos indagando en nuestro interior.

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Y según la máxima hermética “como es arriba, es abajo y como es abajo es arriba”, quien tenga el suficiente interés y determinación como para lanzarse a bucear en las aguas de su inconsciente, no solo acabará por descubrir lo que se halla oculto en las profundidades de su Ser, sino que, por pura ley de reciprocidad, acabará abrazando una Consciencia de Unidad en la que no hay separación alguna entre uno mismo y todos los seres de la creación.

Aquí cobra pleno significado el célebre aforismo del templo de Delfos “Conócete a ti mismo”, puesto que es el único modo de lograr alcanzar la auténtica Plenitud del Ser.

 

www.comprendiendoalser.com

 

AUTOR: Ricard Barrufet Santolària, redactor en la gran familia de hermandadblanca.org

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