Dios nos pide humildad. San Miguel Arcángel y la Regla de San Benito.
Ni brillos, ni aplausos, ni miles de seguidores, ni éxito, ni fama, ni el discurso perfecto, ni sobresalir, ni destacarse, ni ser el primero. Nada de eso nos pide el Señor. Lo que nos pide es humildad.
El mundo nos prepara para conseguir el mejor puesto, para ganar el partido, para ser reconocidos, para que nos paguen más, para cumplir nuestros sueños, para perseguir nuestros deseos. Pero para ser agradables a Dios tenemos que hacer Su voluntad y no la nuestra. Jesús nos enseñó a orar diciéndole al Padre “hágase Tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”. Él mismo cumplió la voluntad del Padre aunque eso implicase sufrir en la cruz y morir.
Al inicio de la cuaresma de 2017, en el Vaticano, en un encuentro mantenido con el clero de la Diócesis de Roma, el Papa Francisco le dijo a los sacerdotes: “el mal tiene su origen en un acto de orgullo espiritual y nace de la soberbia de una criatura perfecta, Lucifer. Después, contagia a Adán y Eva apoyándose en su deseo de ser como dioses, no en su fragilidad” (1).
El Santo Pontífice dijo que en el caso de Pedro “el Señor no teme por su fragilidad de hombre pecador ni en su miedo a caminar sobre el agua en medio de una tempestad. Teme, sobre todo, la discusión sobre cuál es el más grande” (1).
Es que no hay que querer ser más grande. No hay que desear sentarse al lado del Señor. Hay que ser el último de todos y servir.
El orgullo y la soberbia, se encuentran en el centro del origen del mal. Lucifer, “el que lleva la luz”, se rebela contra Dios y la batalla celestial comienza. La armonía y la paz se tiñen de dolor y guerra. Ángeles contra ángeles. “Hasta que un grito de fidelidad y acatamiento en la boca de un arcángel desconocido restablece la armonía de la victoria” (Celeiro, 2014, pág. 3). Desde ese día el Arcángel queda bautizado como Mikael, que significa “Quien como Dios”. El amado Arcángel San Miguel, pronto para cumplir la voluntad de Dios, para defender y proteger al hombre de las acechanzas del demonio. En la guerra entre la soberbia y la humildad, ha salido vencedora la humildad.
La humildad en la Regla de San Benito
El mandato es ser humilde. Cómo todo en la vida, a ser humilde se aprende. San Benito de Nursia, en “La Santa Regla” que escribió en el siglo VI para guiar la vida en los monasterios, dedica el capítulo VII a enseñarnos como subir los doce grados de humildad necesarios para llegar al Amor de Dios. A continuación resumo lo que San Benito sabiamente escribió.
El primer grado de humildad es ser temerosos de Dios. Recordar que el infierno abraza a los que desprecian a Dios y que la vida eterna espera a los que temen a Dios. Sabiendo siempre que nada está oculto a los ojos de Dios, y que los ángeles le anuncian nuestras obras y pensamientos.
El segundo grado de humildad consiste en que uno no ame su propia voluntad, ni busque cumplir sus deseos. Imitemos a Jesús que dijo “No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envío” (Jn 6,38). La Escritura nos dice “Apártate de tus voluntades” (Ecli 18,30). También nos advierte: “Hay caminos que parecen rectos a los hombres, pero su término se hunde en lo profundo del infierno” (Prov 16,25).
El tercer grado de humildad consiste en que uno se someta al superior y sea siempre obediente. Como Jesús, de quien San Pablo dijo “Se hizo obediente hasta la muerte” (Flp 2,8).
El cuarto grado de humildad consiste en que uno soporte con paciencia las cosas molestas y las injurias que pueda recibir y que deba acatar en post de la obediencia. Y aunque el camino sea difícil no se canse ni desista. Pues dice la Escritura “El que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10,22).
El quinto grado de humildad es que uno no oculte al sacerdote los malos pensamientos y las malas acciones cometidas en secreto, sino que las confiese humildemente. Dice la Escritura “Confesad al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 105,1).
El sexto grado de humildad consiste en estar contento con lo despreciable y en decir como el Profeta “Fui reducido a la nada y nada supe; yo era como un jumento en tu presencia, pero siempre estaré contigo” (Sal 72, 22-23).
El séptimo grado de humildad consiste en que uno se crea de corazón que es el inferior de todos y lo proclame diciendo “Es bueno para mí que me hayas humillado para que aprenda tus mandamientos” (Sal 118,71).
El octavo grado de humildad consiste en “que el monje no haga nada sino lo que la Regla común del monasterio o el ejemplo de los mayores le indica que debe hacer” (San Benito de Nursia, 2010, pág. 40). Traducido para la vida fuera del monasterio entiendo que se podría decir que más vale evitar las propias iniciativas, la participación sin previa invitación, las sugerencias y consejos no solicitados, el inicio de conversaciones innecesarias con los superiores. Más vale esperar a que nos pidan, nos pregunten, nos indiquen.
El noveno grado de humildad consiste en guardar silencio y no hablar hasta ser preguntado. Enseña la Biblia que “en el mucho hablar no se evita el pecado” (Prov 10,19) y que “el hombre que mucho habla no anda rectamente en la tierra” (Sal 139,12).
El décimo grado de humildad consiste en que uno no se ría fácilmente.
El undécimo grado de humildad consiste en hablar, cuando compete, “con dulzura y sin reír, con humildad y con gravedad, diciendo pocas y juiciosas palabras, y sin levantar la voz, pues está escrito: “Se reconoce al sabio por sus pocas palabras” (San Benito de Nursia, 2010, pág. 41).
El duodécimo grado consiste en demostrar la humildad que uno lleva en el corazón con el propio cuerpo. Caminar con la cabeza inclinada, con los ojos fijos en la tierra. Esto se ve en los monjes trapenses cuando se inclinan al decir “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. De todo corazón y con el cuerpo se tiene que trasparentar que el honor, el poder y la gloria son para Dios, y solo para Él.
Alguien dijo una vez: todo lo bueno que hay en mí me lo ha dado Dios, y lo malo que tengo, de mí proviene. Por eso solo toca rendirse a los pies de Dios.
Apuesta a la humildad
Una vez una señora me dijo que me iba a llevar toda la vida aprender a ser humilde. Diferentes sacerdotes me han aconsejado que sea más humilde. Estoy segura de que los Padres han hablado con sabiduría. Pero espero que con el auxilio de Dios aprenda a ser humilde en menos tiempo, y que lo que me lleve toda la vida sea tan solo ser cada día más humilde, cada día más entregada a la voluntad de Dios y a la obediencia. Y así pueda tener la inmensa alegría del Amor de Dios.
Fuentes y Bibliografía:
El libro del Pueblo de Dios – LA BIBLIA. Buenos Aires: Editorial San Pablo, 1981.
Celeiro, Juan Ramón. San Miguel Arcángel: el guerrero de Dios. Buenos Aires: Santa María, 2014.
De Nursia, San Benito. La Santa Regla. Buenos Aires: San Pablo, 2010.
(1) La Agencia Católica de Informaciones – ACI Prensa – Miguel Pérez Pichel – 2/3/2017 https://www.aciprensa.com/noticias/papa-francisco-dios-permite-que-el-demonio-tiente-a-sacerdotes-para-que-crezcan-en-la-fe-31536/
Redactora: Cecilia Wechsler, colaboradora de la Gran Hermandad Blanca hermandadblanca.org
Ante todo dogma, creencia, texto, legado, reconocer siempre la Amada Presencia de Dios YoSoy.
Me dan miedo las palabras de san Benito y lo poco y nada que uno es y debe ser
Amén
yo soy luz clarificadora de dios en ti confio gracias gracias gracias.asi será para el bien mayor de todos.
muchas gracias arcangel miguel
Gracias
amen.-