Encuentro en un Claro del Alma por Laura

Jorge Gomez (333)

luz árbol

 

Que este Mensaje del Despertar toque tu alma, con el deseo profundo de Amor, Luz y Armonía para tu vida.

 

Encuentro en un claro del alma

 

M

aría llevaba la vida agitada y vertiginosa de una mujer actual. Sus días estaban llenos de ocupaciones y responsabilidades, grandes exigencias laborales, intensa vida social y el peso de sentirse agobiada por  falta de tiempo para cumplir con todo lo que imponía su agenda.

Había decidido tomarse un descanso, no tanto por placer sino porque el estrés había agotado toda posibilidad de continuar saludable frente a su acelerado estilo de vida. Como disponía tan sólo de un fin de semana largo, tomó la decisión con practicidad como era su costumbre, de retirarse a un pueblo tranquilo de montaña, para relajarse en el silencio y el contacto con la naturaleza.

Dispuso un escaso equipaje con ropas cómodas, varios libros por si la invadía el aburrimiento en un sitio tan apartado, y dejando atrás celulares y computadora se puso en marcha.

Tras un par de horas de avión, se encontró instalada en una cálida posada rústica y sencilla atendida por sus propios dueños, en medio de un valle al pie de las montañas.

Su habitación era cálida y confortable, muebles hechos con troncos, tapizados con delicados motivos florales y un enorme ventanal desde donde podía disfrutar del atardecer sobre el bosque. Unos días en ese paraíso –pensó- sería mucho mejor que cualquier tratamiento con ansiolíticos o relajantes musculares.

Luego de una silenciosa noche de sueño reparador, tomó un abundante desayuno con deliciosos dulces y pan casero hechos por la dueña del hostal.

El dorado sol de comienzos de otoño le pareció una invitación para salir a explorar los alrededores. Pidió indicaciones para no extraviarse y se encaminó por el costado de la ruta hasta dar con el sendero que la adentraría en ese bosque que tanto le había llamado la atención. Le indicaron que era una vereda segura y si no se apartaba mucho de ella, encontraría sin inconvenientes el camino de regreso.

Caminó dejándose llevar por más de una hora, hasta llegar al extremo opuesto del bosque donde descubrió un claro; la visión de los haces de luz cayendo sobre la hierba era como salida de un cuento; se recostó mirando directo hacia sol, que en su redondez perfecta parecía estar embriagándola de una energía particular. Cerró los ojos y sus pensamientos volaron de un tema a otro, hasta sentir con alivio que se relajaba lentamente, su mente dejaba de pensar y poco a poco sus sentidos fueron despertando; podía percibir aromas de flores y tierra húmeda, el susurro de la brisa fresca entre las ramas de los árboles y hasta los latidos de su corazón mezclándose con el canto de los pájaros. Todo se tornó en una melodía con vibraciones agradables que la fundieron con el paisaje haciéndola sentir parte de él, ella era el cielo, el sol, la brizna, la tierra, el aire, ya nada la rodeaba porque la naturaleza era ella misma.

El tiempo dejó de existir para María, cuando de repente… en medio de ese paréntesis donde su mente se había vaciado de preocupaciones, donde sólo percibía con una avidez enorme en los sentidos y parecía estar abriéndose a una sabiduría secretamente contenida en su interior, algo la llevó de un tirón de vuelta a la realidad conocida. Sintió frío, la tierra mojada debajo de su cuerpo había empapado sus ropas y unos pasos livianos se escucharon a pocos metros entre los arbustos. Incorporándose de un salto con el cuerpo inundado de adrenalina, se dispuso a enfrentar lo que interrumpió aquel mágico mimetismo con la naturaleza.

-¿Quién es? ¿Quién anda ahí?-desafió con voz un tanto temblorosa, a pesar de su esfuerzo por mostrarse firme.

Frente a sus ojos apareció una anciana, que le sonrió tiernamente como si se hubiera encontrado con una temerosa niñita perdida. María también sonrió y se sentó sobre un tronco relajándose.

-Hola, mi nombre es María, soy turista, ¿usted es de aquí?

-Sí hija, de aquí y de otros lugares también- respondió la anciana con voz calma, al tiempo que se acercaba y tomaba asiento a su lado.

-Es muy hermoso este lugar- opinó María iniciando conversación –Yo vivo en la capital, ahí es todo cemento y no hay tiempo para disfrutar de la naturaleza. Uno se siente tan bien aquí, esto está lleno de paz. Me encantaría vivir en un lugar así.

-La paz y el tiempo para disfrutarla hija mía, no son parte del paisaje, es algo que se encuentra en el interior de cada uno- dijo la anciana con mirada compasiva.

-Puede ser…- dudó la joven pensativa- pero no creo que al volver a mi casa logre sentir la paz que encontré aquí hoy.

-Sin embargo, cuando escuchaste mis pasos, la paz que habías encontrado desapareció ¿verdad?, tú escoges tu estado interior, elegiste ponerte alerta y tu cuerpo y emociones respondieron a eso. Lo que aleja a las personas de las grandes ciudades de su paz interior no es el cemento como tú dices o la falta de tiempo, sino las ansias de llenar sus vidas de ocupaciones externas por temor a echar un vistazo dentro de sí mismos. Dicen que necesitan silencio y tranquilidad, pero se deprimen un domingo en la tarde porque “no tienen nada para hacer”.

-¡Esa es una gran verdad!- sonrió María sorprendida por el conocimiento que mostraba la anciana del bosque acerca de la gente de la ciudad.

-Mira hija, cuando vemos hacia adentro de nosotros mismos, puede que encontremos muchas cosas que no nos gusten, aunque nos consideremos buenas personas habrá sentimientos y actitudes que preferiríamos nunca haber descubierto; pero al ver lo que no nos agrada de nosotros tenemos la posibilidad de cambiarlo, de esforzarnos cada día por ser mejores que el anterior, y no para competir con otros, sino para sentir amor y respeto por nuestra propia esencia, al lograr eso, recién podremos amar y respetar a otros. Esa es la única manera de vivir en paz interior y con lo que nos rodea. Ese querida mía es el viaje más importante que un ser humano puede emprender, el viaje a su interior, donde deberá enfrentar sus propios monstruos, verlos a la cara, dominarlos y elegir cada día, a cada instante, entre su propia luz u oscuridad para cada acto de su vida.

Las dos quedaron en silencio mirando el horizonte. Mientras reflexionaba sobre las palabras de la anciana, María se percató de que el sol comenzaba a descender. Se puso de pie y antes de emprender la marcha se despidió de la anciana.

-Se hizo tarde, debo apurarme o no llegaré a tiempo al hostal, puede que si me apresuro no me alcance la noche en medio del bosque. Fue un placer conocerla y le agradezco sus palabras.

-Adiós hija, me dio mucho gusto este encuentro- dijo la anciana –que halles el tiempo que necesitas para estar contigo misma y así lograr la paz interior que buscas. Te deseo un buen viaje, pero no hablo de tu paso apurado para llegar al hostal, sino en la vida.

-Gracias, le deseo lo mejor… señora, no me ha dicho su nombre…

-Mi nombre también es María- dijo la anciana con un brillo divertido en la mirada y con paso tranquilo se encaminó por el sendero opuesto hacia el que se dirigiría la joven.

-¿Volveré a verla por aquí?, tengo dos días antes de partir a la Capital.

Mientras se alejaba con una sonrisa traviesa en los labios, las palabras de la anciana quedaron flotando en el aire: “Tal vez algún día, cuando ya no te juzgues sin tiempo para encontrarte contigo misma me veas nuevamente en este arroyo”.

Pasaron muchos años y María olvidó aquel misterioso encuentro en el bosque, pero a pesar del olvido hizo suyas las palabras y la sabiduría de aquella mujer. Su vida se convirtió en un arduo peregrinaje por su interior, y en su madurez logró la paz  que necesitaba, sin importar el sitio en que se encontrara.

Cuando llegó el momento del retiro laboral, María eligió usar los ahorros de su vida para instalarse con su familia en una cabaña en aquel pueblo de montaña.

Una mañana de otoño en que salió a caminar, el destino quiso que tomara aquel mismo sendero y se detuviera en el claro; el estar en ese lugar hizo que recordara el encuentro con la anciana del bosque y sintiendo algo de añoranza se sentó con los pies en el agua intentando buscar aquella imagen en su memoria; para su sorpresa, no fue la memoria quien le trajo la cara de la anciana al presente, sino su propio reflejo en el agua del arroyo.

 

Emprendemos muchos caminos a lo largo de nuestras vidas anhelando alcanzar en ellos felicidad y paz interior; recompensas que sólo encontraremos al remontar el sendero que nos lleva directamente hacia lo más profundo de nuestro Ser… allí donde reside nuestra propia Sabiduría.

 

“Conócete a ti mismo”

(Inscripción del antiguo Templo a Apolo, en Delfos)

 

mensajesdeldespertar@hotmail.com

 

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Asunto: “Quiero recibir mensajes del despertar”

3 comentarios

  1. gracias amiga por tan bonita enceñanza, es una gran lección que nos has dado y tienes toda la razon hay que hacer todo con mucha calma y mucho amor un abrazo en la luz.

  2. Que bella experiencia y que hermosa enseñanza para todos los que corremos por la vida sin detenernos. Esto demuestra que con solo un instante se puede lograr milagros si uno se lo propone. * NÁMASTE *

  3. Muy hermoso artículo, y con un ejemplo de la vida diaria. Millones de nuestros hermanos que siempre están estresados por tantos quehaceres en sus vidas diaria. Que Dios permita que tengan cada uno de ellos tener la experiencia que Maria tuvo.

    Mil gracias hermano de luz por compartir este bello y muy significante artículo.

    Siempre en la luz,

    Metsayaka.

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