¿Iguales o similares? Parte I: La delgada línea entre la diferenciación sexual biológica y el sexismo
Es un gusto volver a saludarlos todos, queridísimos lectores de esta web destinada a la iluminación y al crecimiento personal y espiritual. En esta ocasión, me gustaría escribir sobre un tema que es común a todos nosotros. Tanto que muchas veces ya ni si quiera reparamos en él.
Hablaremos de las diferencias culturales de comportamiento entre hombres y mujeres.
Todos sabemos que hombres y mujeres nos comportamos, o al menos se espera que nos comportemos, de forma distinta. Hay muchos defensores y detractores de estas diferencias. Algunos argumentan que son biológicas y que nada podemos hacer para cambiarlas, y otros sostienen que son meramente culturales y que además promueven la desigualdad entre los sexos.
La experiencia me ha dicho que cuando hay dos posturas tan radicales sobre el mismo tema, por lo general la respuesta no se encuentra en una de ellas, si no en una combinación equilibrada de ambas, y me parece que el tema de las diferencias entre los sexos no es ni mucho menos, la excepción.
Por eso, en este artículo quiero hacer una breve pero ilustrativa exposición de los motivos biológicos que le dan forma a la manera en la que nos comportamos hombres y mujeres, para posteriormente ir ampliando el tema en artículos posteriores más especializados en lo cultural y en lo social.
Comencemos por el principio, por lo más básico y por lo que ya nos viene dado y predeterminado por la carga genética: Lo biológico
Diferenciación sexual a partir de lo biológico
Ya todos conocemos bastante bien qué es lo que nos hace físicamente distintos entre hombres y mujeres. No vamos a profundizar en las diferencias más obvias porque asumimos que ya las tenemos claras. Pero además de tener aparatos reproductores diferentes y con funcionalidades muy distintas, los hombres y las mujeres somos diferentes en peso, talla y resistencia muscular. Las mujeres acumulan reservas de forma diferente y los hombres tienen más testosterona. Esto por citar sólo algunas diferencias algo más sutiles, pero que marcan profundamente nuestro comportamiento.
Del hecho de vernos físicamente distintos es de donde surgió esta necesidad de comportarnos de manera distinta. El hombre, más fuerte y vigoroso en sus formas, se comporta como y tal, Y la mujer, más suave y (en apariencia) delicada, se enfoca en actividades menos violentas.
Hasta este punto, todo tendría sentido si nos encontráramos aún en la edad de piedra cuando la diferenciación de los roles sexuales era necesaria para mantener un orden de producción en la comunidad.
El clan no podía arriesgarse a perder una hembra en una cacería, por ejemplo. Porque un solo varón podía inseminar a toda la tribu, pero una hembra solo podía tener un hijo por año. Además, los machos humanos comparten con los mamíferos la tendencia a asegurarse de que la prole que cuidan cargue con su código genético. Por estas razones biológicas, la mujer fue confinada al plano de lo doméstico, y de esta relación que en principio sí tuvo que ver con su anatomía, se desarrolló toda una cultura que por milenios la confinó a ese rol.
Hoy en día, la situación es muy distinta. La sobrepoblación no exige ser cada día más consientes con el número de hijos que tenemos, y las tecnologías modernas permiten que cualquier persona, sin importar su sexo, se dedique a cualquier profesión de forma bastante segura.
Entonces, ¿Por qué seguimos esperando que los hombres y las mujeres se comporten de forma diferente, si ya no hay una razón biológica urgente?
Allí está el error. En pensar que porque ha cambiado nuestra sociedad, ha cambiado nuestro cuerpo y la forma en la que nos sentimos atraídos por el sexo opuesto. Hoy en día, las razones por las cuales nos gusta o no una persona son sumamente complejas e integran un universo de ideología, nivel socioeconómico, estatus, poder adquisitivo, sensibilidad, estilo de vida y similitudes con nuestra forma de vivir. Pero la razón biológica más primordial y poderosa sigue siendo la misma que era hace siete mil años de antigüedad: la reproducción.
Y la reproducción se basa en la capacidad de poder detectar que la otra persona es un individuo del otro sexo con el que se puede hacer equipo para tener descendencia. Y no importa que no queramos tener hijos. Esto lo sabemos a nivel consciente pero no a nivel inconsciente.
Para resumir, el componente de la diferenciación sexual desde lo biológico no es el único rasgo de la atracción entre las personas. Pero sí es uno de los más importantes.
Quizá dentro de miles de años, nos enamoremos y nos sintamos atraídos por razones diferentes. Pero al día de hoy, a la mayoría de los hombres les sigue pareciendo atractiva una mujer femenina, y a la mayoría de las mujeres les sigue pareciendo atractivo un hombre varonil.
No es una cuestión moral, ni ética, ni tiene que ver con el “deber ser”. Simplemente a nivel estadístico funciona de esa manera por nuestras determinaciones como especie. Así que sí, sí hay un componente biológico de base, de algún modo inamovible, que nos hace actuar distinto según que seamos hombres y mujeres pero ¿Esto significa que no debemos luchar contra la desigualdad de los géneros porque es algo que nos acompaña desde lo biológico?
Por supuesto que no.
Ese es justamente el argumento bajo el cual se han amparado un sinfín de injusticias, no solo contra la mujer, sino contra los hombres. El hecho de que sexualmente nos atraigan personas femeninas o masculinas desde un mero instinto reproductivo, no es en absoluto una justificante de que dichas conductas se les exijan y mucho menos se les impongan a las personas.
Es muy sencillo. La diferenciación sexual responde a un asunto práctico. Tenemos más posibilidades de detonar esos interruptores primitivos de reproducción en otras personas si adoptamos ciertas actitudes según nuestro sexo. Nos vestimos de cierta forma para activar ese primer interruptor en los de más e invitarlos a que se acerquen a descubrir todo lo demás que nos define como seres humanos y que no tiene absolutamente nada que ver con el sexo biológico.
Luchar contra las tendencias naturales de la atracción entre los humanos realmente no tiene sentido.
Sobre todo cuando hay tanto campo para luchar en contra de las injusticias verdaderas. En primer lugar, cualquier imposición de comportamiento según nuestro sexo, por muy práctica que le resulte a la sociedad, es un abuso.
Que las mujeres quieran resaltar sus atributos naturales femeninos y los hombres sus atributos naturales masculinos no tiene nada de malo. Pero que las mujeres se sientan miserables si no alcanzan el estereotipo social de “la mujer perfecta”, sí es un problema. Al igual que un hombre se sienta “inferior” por ser más emocional de lo que le exigen ser.
La diferenciación sexual es buena siempre y cuando no se convierta en sexismo.
Y podemos tener claro cuándo se convierte en sexismo: cuando comienza a generar malestar en las personas. Por desgracia, ese parece ser el común denominador. Las personas no utilizan la diferenciación sexual como una herramienta a su favor para generar dinamismo y curiosidad en otras personas. Si no que parecen ser esclavas de unas exigencias irrealizables que además merman su libertad como seres humanos.
Voy a poner un ejemplo real para ilustrar un poco mejor este tema.
Hace poco, tomaba café con dos amigas. Una de ellas es un poco radical con el tema del género y la otra es una chica muy tradicional. Mi primera amiga se sentía culpable consigo misma por que le parecía muy atractivo un hombre que se caracteriza por ser muy varonil. Para ella, eso significaba que se estaba dejando llevar por el sexismo social al sentirse atraída por un estereotipo masculino.
Mi otra amiga se sentía desilusionada de que su novio no supiera mecánica y no fuera más fornido. Ambas entraron en una discusión acalorada sobre el sexismo. Por mi parte, llegué a la conclusión de que ambas estaban sobre dimensionando la importancia de las actitudes sexuales diferenciadas.
Así como no tiene nada de malo que nos gusten los hombres masculinos y las mujeres femeninas, tampoco es justo que le exijamos a todo el mundo que se comporte así. Como podemos ver, al final del día es un tema de equilibrio, pero sobre todo, de respeto.
No se pierdan la próxima entrega de la serie ¿Iguales o similares?
AUTOR: Kikio, redactora de la gran familia hermandadblanca.org
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