Nuestra reacción ante el miedo ¿Por qué nos paraliza?
El miedo es una emoción primaria relacionada con el instinto de supervivencia. Y cuya función es alertarnos ante una situación de riesgo o peligro, para evadirla de forma inmediata.
Existen muchísimos factores que pueden provocar miedo en los seres humanos. En esta ocasión, analizaremos este concepto para entender nuestra reacción ante el miedo. Y el por qué nos paraliza ante determinadas circunstancias.
Empecemos por definir las estructuras fisiológicas del cerebro, que desencadenan esta emoción. Nos referimos concretamente al cerebro reptiliano. Se localiza en lo más profundo del cerebro. En él se albergan funciones instintivas o primitivas, enfocadas a la supervivencia. Ante un evento de peligro inminente, el cerebro reptiliano se encarga de mandar poderosas señales de alerta, para preparar al organismo ante la necesidad urgente de tomar una decisión rápida de huír. O ponerse a salvo de algún riesgo que comprometa nuestra seguridad e integridad de vida. Dichas señales se traducen en miedo. Y generalmente el gran conjunto de nuestras estructuras cerebrales, nos permitirá reaccionar ante el miedo a modo de evitar el daño o peligro. Sobre todo si la supervivencia está involucrada.
El miedo es una emoción tan poderosa que puede llegar a paralizarnos
Pero también hay miedos netamente psicológicos. Que no ponen en riesgo nuestra vida, y que paradójicamente, pueden paralizarnos. Incapacitándonos para reaccionar de forma enfocada a superar o evitar el peligro, que casi siempre es de índole emocional.
Durante los procesos que integran la aparición del miedo, también están involucradas otras zonas cerebrales, como los lóbulos frontales. Éstos se encargan del razonamiento aplicado, fundamentado en la información y capacidad de análisis de situaciones. De esta forma, hablamos de un instinto primario que, gracias a la evolución de otras áreas del cerebro, nos brinda la capacidad de manejar y enfocar los miedos. De manera que no alteren nuestra vida cotidiana.
Ejemplificando, imaginemos a un hombre de la edad de las cavernas. Pare él, la obscuridad representa un riesgo. La incapacidad de ver a detalle su entorno, lo ubica en una posición vulnerable. Pudiendo ser presa fácil de animales peligrosos. Antes de que el hombre primitivo descubriera el manejo del fuego para alumbrase, tuvo que desarrollar la estrategia de ocultarse en un lugar seguro antes de que llegara la noche, con la finalidad de que las bestias no pudieran encontrarlo. Actualmente existen personas que experimentan concreto y real miedo a la obscuridad, aunque se encuentren resguardados en la seguridad y comodidad de sus hogares.
Este ejemplo nos muestra que el miedo puede ser basado en el instinto de supervivencia, pero también estar en el orden de lo psicológico e irracional.
El miedo puede presentar niveles o rangos que van desde el simple y manejable hasta el terror o pánico. Este último puede ser tan intenso que paraliza al individuo.
Entendamos que el miedo no es algo malo por sí mismo. Gracias a él, los seres humanos y muchas otras especies animales, tenemos la capacidad de reaccionar ante eventos que nos ponen en peligro. Sin ese instinto primigenio, posiblemente no hubiéramos evolucionado hasta nuestros días. Sin embargo, las sociedades modernas, han desarrollado variantes psicológicas o emocionales de miedos, que no ponen en riesgo nuestra vida, pero si la complican al convertirse en discapacitadores.
Retomando el tema del temor a la obscuridad, podemos definir en esencia, tres tipos de reacciones. La primera es aquella en la que el individuo es capaz de reconocer que la obscuridad le provoca temor, probablemente por algún evento traumático de su infancia. Sin embargo, tras razonar que sus noches transcurren dentro de la seguridad de su casa, probablemente aprenderá a manejar, controlar y superar dicho temor. La segunda implica una acción concreta para evadir o cambiar la circunstancia que le atemoriza. Nos referimos al simple hecho de estirar la mano y encender la luz de la lámpara de la mesita de noche. Ese sencillo impulso, le permitirá comprobar que no hay peligros en su entorno y logrará dormir.
Y el tercero es aquel que conocemos como terror o pánico y discapacita al individuo de realizar cualquier acción que lo libere de su miedo. El miedo paralizante le impedirá la racionalización del evento. No podrá ni analizar que su temor en infundado, ni podrá encender una luz.
Otro tipo de miedo extremo y paralizante es el pánico escénico.
El pánico escénico es una variante de miedo irracional y paralizante. El individuo se siente observado y en el centro del juicio colectivo. Los especialistas en psicología moderna, establecen que la base de este tipo de miedo, se vincula fuertemente al escrutinio que el sujeto percibe en función de sus posibilidades de equivocarse. Sin importar si se es un experto en determinada materia, quien experimenta pánico escénico, padece de una autoestima frágil o vulnerable que le impide creer en sí mismo. Siempre lo persigue el miedo a cometer errores y el miedo a quedar en ridículo o a recibir burlas o humillaciones.
Hablar en público, independientemente de si la audiencia es escaza o nutrida, representa para estas personas un reto insuperable. Referenciaremos el caso de un afamado catedrático en física cuántica, que sólo accedía a impartir conferencias, si el salón o aula contaba con un biombo a mampara que le permitiera ocultarse de la vista de los asistentes.
El miedo paralizante también se presenta en sujetos que imaginan situaciones improbables o circunstancias adversas sin precedentes
Recordemos que la psique humana es tan compleja, que es difícil estudiarla y entenderla a detalle en sus mecanismos y formas de operación.
Hay elementos que complican la resolución de ciertos miedos o que incluso los agravan. Nos referimos concretamente a la capacidad imaginativa, combinada con una personalidad insegura o depresiva.
Un individuo que padece de miedo a las alturas puede sentirse aterrorizado ante la necesidad de subirse a una silla para cambiar una bombilla. Si dicho sujeto cuanta con una personalidad cargada de negatividad, es probable que imagine los peores escenarios una vez que haya subido a la silla. La sola visión de que azarosamente empiece a temblar justo cuando este sobre la silla, pude paralizar su reacción y conformarse con la bombilla descompuesta o pedirle a alguien más que la cambie. Esa sobre racionalización del evento, no viene de las funciones del cerebro reptiliano. Es, en todo caso, una manifestación de rasgos extremos de personalidad, con las subsecuentes complicaciones irreales que sólo existen en su mente.
Por fortuna, los estudios sobre la psique humana nos brindan la opción de resolver todo tipo de miedos mediante terapias psicológicas.
Si estamos hablando de miedos irracionales, es decir, aquellos que no se relacionan con el riesgo de la integridad física o la supervivencia, la buena noticia es que la medicina a nivel de neurología y de psicología, nos ofrece hoy en día terapias o apoyos dirigidos hacia la resolución de temores infundados.
Enfrentar miedos o fobias que llegan a ser paralizantes, utilizando la guía de expertos, ofrece resultados satisfactorios. Y eleva la calidad de vida de las personas que experimentan este tipo de temores. Es importante enfatizar que nuestras estructuras cerebrales han evolucionado para trabajar en conjunto. Y de forma equilibrada. Si la imaginación desmedida sobre determinado miedo, paraliza nuestra capacidad de razonar y de solucionar la eventualidad, lo más aconsejable es acerarse a un especialista calificado. Para entender nuestra reacción ante el miedo y por qué nos paraliza. De ese modo lograremos superar las complicaciones que nos acarrea. Y nos brindará paz y tranquilidad emocional.
AUTOR: Kikio, redactora en la gran familia hermandadblanca.org
Para saber más:
Youtube: Mensaje del Maestro Saint Germain – HABLEMOS DEL MIEDO
La Diferencia entre el miedo y la precaución