Reflexiones: El mono civilizado

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Los humanos nos ufanamos al decir que somos seres civilizados y de alguna manera eso nos hace sentir que ya dejamos de ser animales. Ciertamente, ser educados y vivir en una sociedad como la nuestra nos diferencia en gran medida del resto de nuestros compañeros del reino animal. Sin embargo, nuestro instinto animal no ha desaparecido, la sociedad, con sus leyes y normas se ha ocupado de controlarlo y de mantener oculta la herencia de miles de años de evolución sin ella. Se podría decir que somos un mono civilizado gracias a nuestra vida en sociedad.

Por lo dicho anteriormente, con frecuencia se afirma que el hombre es un ser social, lo cual es así mientras la sociedad existe y funciona como tal, pero si por alguna razón, esta desaparece o se deteriora de manera ostensible, la soga que mantiene en su sitio al al mono civilizado puede ser muy delgada y romperse en cualquier momento.

Toda sociedad moderna tiene leyes y controles que tratan de evitar que la barbarie de nuestro instinto animal se desborde, que el mono civilizado se salga de control. Sin embargo, con frecuencia vemos en las noticias actos que no parecen de seres civilizados. Reportes de asesinatos, violaciones y otros actos de violencia son comunes en los noticieros y en los diarios y en condiciones de escasez o de peligro a nuestra supervivencia somos capaces de actuar de maneras que ni nos imaginamos. En esos momentos pueden surgir características guardadas por miles de años, que en su momento sirvieron a nuestros ancestros para garantizar la supervivencia de la especie y en buena parte, es por esas características, que hoy calificamos de salvajes, por las que aún estamos aquí. Sin embargo, nadie pone en duda el papel desempeñado en la continuidad de la especie, por nuestra habilidad para asociarnos con otros congéneres, pero me atrevería a especular que no fue solo esa habilidad la que le permitió a nuestros primeros ancestros seguir evolucionando.

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Es cierto que esos actos violentos contra nuestros hermanos de especie parecieran no tener ninguna justificación a la vista de un ser humano normal y civilizado. Sin embargo, todos esos actos han estado presentes en mayor o menor grado en todas las sociedades, desde las más antiguas y primitivas, hasta las más modernas y desarrolladas. Es por eso que no debemos perder de vista que cada persona e incluso cada pueblo, tiene su propio mapa del mundo y de lo que para él puede significar una amenaza. Una diferencia de raza, de creencia religiosa, de opinión política, de estatus económico o de cualquier otro tipo, por pequeña que nos parezca a la mayoría, para otros puede representar una gran amenaza y justificar su actuación, independiente de cual sea esa actuación. Si no fuera así, no existirían a lo largo de la historia tantos casos de genocidios justificados en su momento por poblaciones enteras.

Para mi resulta impresionante como en algunos países, hermanos de un mismo pueblo o región han matado a otros de maneras realmente salvajes, especialmente por diferencias étnico-religiosas, pero también por razones de ideologías político-económicas. Así tenemos que miles de musulmanes y cristianos han entregado sus vidas a lo largo de siglos por considerar que tienen dioses diferentes. Lo mismo ocurre entre católicos y protestantes en algunas regiones, aun cuando sus creencias religiosas provienen de un mismo origen, en este caso el cristianismo. Y qué decir de las guerras, por ejemplo en los Estados Unidos de América se consumieron miles de vidas de hermanos compatriotas en la guerra de secesión por diferencias políticas y económicas sobre el futuro del país. Las dos guerras mundiales son dos de los más crudos ejemplos de la barbarie que podemos cometer por diferencias con nuestros semejantes y así como esos casos, muchas matanzas entre los hombres han ocurrido por causas que a muchos nos parecerán absurdas y que si las analizamos bien, podríamos calificarlas hasta de tontas o sin sentido.

En fin, todas las guerras son demostraciones palpables de la bestia que llevamos dentro, que aún en condiciones sociales vigentes se puede soltar, inclusive de manera socialmente “aceptable”, como en las guerras. Incluso muchos  genocidios y matanzas tan atroces como el holocausto judío en la segunda guerra mundial, el Holodomor o matanza de hambre en Ucrania por parte de la antigua URSS  y exterminios como el de Ruanda y el de Armenios en Estambul han sido “justificados” y hasta negados por sus ejecutores, como ha ocurrido más recientemente en Siria. Más aún, ¿se pueden imaginar lo que ocurriría en situaciones de verdadero descontrol social, donde no haya autoridad que imponga la ley?, en esas condiciones podríamos volver fácil y rápidamente a un estado salvaje inimaginable.

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Pero no es solo en condiciones de guerra o de descontrol social en las que podemos observar este comportamiento inhumano, en el famoso experimento psicológico en la universidad de Stanford en 1971, liderado por el psicólogo  Philip Zimbardo, se reclutaron estudiantes universitarios para desempeñar los roles de prisioneros y guardias en un ambiente simulado de una prisión, el cual debió ser interrumpido antes del tiempo previsto debido a que el comportamiento de los guardias se descontroló con tratamientos crueles y humillantes hacia los prisioneros, como la imposición de castigos físicos de ejercicios forzados, dormir desnudos en el piso y negación del uso de los baños y de la comida, entre otros, aun cuando una de las reglas del experimento era no ejercer violencia física a los prisioneros. Una de las conclusiones del experimento fue que la situación provocó la conducta de los participantes, sin embargo el comportamiento cruel y agresivo no fue por parte de todos los guardias, algunos se mostraron más amables y colaboradores con los prisioneros, lo cual invalidaría esa conclusión.

Más allá del comportamiento salvaje desde el punto de vista de la agresión física, que al fin y al cabo demuestra que nuestra naturaleza animal no ha desaparecido, que solo está latente y si se dan las condiciones puede despertar en cualquier momento, hay algo que me parece aún más interesante y es que muchos humanos, quizás demasiados, ya no utilizan su inteligencia y su habilidad social para garantizar la supervivencia de la especie, sino su propia supervivencia en detrimento de otros y han aprendido a utilizar esa superioridad intelectual como una herramienta más de su equipamiento de depredación. Para ellos la lucha ya no es para decidir quién debe sobrevivir por ser el más apto físicamente, sino quien es el más apto en el uso de su intelecto. A estas personas las llamo depredadores sociales y hay que cuidarse de ellos porque andan muchos por allí construyendo su opulencia sobre las ruinas de otros.

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Por último, pienso que aún en esas condiciones de descontrol social ya mencionadas, habrá personas que intentarán mantener su comportamiento civilizado, pero es probable que no sean ellas quienes terminen sobreviviendo. Pero cabe preguntarse, ¿será preferible sobrevivir como un salvaje que morir como un ser civilizado?, realmente pienso que poco importa nuestra respuesta, porque la vida ya tiene la suya guardada en nuestro ADN y manifestada a través de nuestros instintos. Sin embargo, tal como ocurrió con los guardias en el experimento de Stanford, cada uno debe decidir en su momento, que ojalá nunca llegue, cuál será su respuesta. Aunque en el experimento no estaba en riesgo la vida, pero aun así, siempre tendremos la decisión de que comportamiento asumir.

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Autor: Juan Sequera, autor de la gran familia de la Hermandadblanca.org

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