Bruce van Natta – Mi angelical experiencia cercana a la muerte
Era un trabajo grande, del tipo que amaba.
No hay muchas personas que sepan cómo desarmar y reconstruir el motor de un camión de carga. Yo levanté mi taller mecánico desde la nada y estoy orgulloso de lo que he logrado. En el centro de Wisconsin, yo era el sujeto al que llamaban para reparar maquinaria pesada.
En este particular día de noviembre, estaba terminando de trabajar con un motor en el garaje del dueño del camión. Había pasado la mayor parte de los últimos 3 días removiendo piezas, cables y otros elementos. Se necesitaban muchos caballos de fuerza para mover a ese enorme vehículo. Las ruedas delanteras eran capaces de soportar más de 11.000 libras.
El problema fue que, en ese día de 12 horas trabajando, mi mente continuaba regresando a una discusión que tuve con mi esposa, Lori, dos noches antes sobre nuestra fe. No estaba seguro de por qué había surgido esa conversación. Dios ya me había cambiado bastante, ayudándome a superar mi inconveniente de drogas y alcohol. Y Él me había dado el talento de arreglar motores y así tener un negocio exitoso. No obstante, Lori creía que yo podía profundizar incluso más mi fe, encontrando a Dios en mi vida de formas que todavía no entendía.
Llené el motor con aceite y refrigerante y luego lo encendí para asegurarme de que todo estuviera funcionando bien. Casi listo, mientras estaba guardando mis utensilios, el conductor del camión y mecánico de medio tiempo me preguntaron si podía revisar un bote de aceite que no estaba relacionado con mi trabajo.
—Claro —dije.
El asiento del copiloto había sido quitado y el gato continuaba en su lugar. Me deslicé bajo el camión hasta llegar al motor retumbante. Limpié el aceite con un trapo, intentando encontrar la fuga. Mientras veía hacia arriba, detecté movimiento con mi visión periférica, y giré mi cabeza justo a tiempo para observar cómo el gato se salía de lugar. Antes de que pudiera reaccionar, el eje golpeó mis caderas, aplastándome contra el suelo. Grité de agonía hasta que me quedé sin aire y mis pulmones ardían. Después, solté un último chillido involuntario desde lo más profundo de mí.
—¡Dios, ayúdame!
Intenté liberarme con mis brazos, pero no duré mucho. Colapsaron, ya que el dolor era demasiado intenso. El sudor empapaba mi rostro y cabello. El motor siguió retumbando, cada vibración hundía más el eje en mí. A lo lejos, oí cómo el otro mecánico llamaba al 911.
—¡Rápido! Está atrapado bajo el camión.
Es demasiado tarde. Voy a morir, pensé.
Saboreé sangre. Podía sentir cómo se deslizaba por mi mentón. El mecánico apagó el motor. Luego, empezó a elevar otra vez el camión con el gato. El eje lentamente dejó de aplastarme, pero el dolor no desapareció.
Me aferré del parachoques y halé para salir. No obstante, me había movido menos de un pie y mis músculos colapsaron, logrando solamente que mi cabeza sobresaliera de debajo del camión. En ese instante pensé en Lori y los niños. En que los amaba mucho. Deseé poder verlos para despedirme. Pero todo iba desapareciendo. Volviéndose negro.
Lo siguiente que supe fue que me encontraba como si estuviera viendo una película desde 15 pies de alto en el aire, una escena que se desarrollaba debajo de mí, con el camión de carga en fondo. La cabeza de un hombre sobresalía desde el frente del camión, y otro hombre estaba arrodillado junto a él, acariciando su cabello.
—Aguanta. No quiero que te muevas. Los paramédicos ya vienen. Por favor no te mueras.
El hombre bajo el camión era yo… Me estaba viendo a mí mismo.
Intrigado, miré más de cerca. ¿Yo estaba vivo? No había signos de movimiento. Me di cuenta de que el dolor había desaparecido. No sentía nada. Cerré mis ojos con fuerza, tratando de regresar a mi cuerpo.
No, éste no puede ser el fin.
Volví a abrir mis ojos. No. Continuaba viéndome desde arriba. Pero espera… allá abajo, habían 2 increíbles figuras arrodilladas a cada lado del otro mecánico. Yo supe lo que eran: ángeles. Ellos no eran como los ángeles que siempre había imaginado: masivos, hombres poderosos, más grandes que cualquier jugador de baloncesto. Solamente podía ver sus espaldas. Vestían radiantes togas blancas hechas con algún tipo de material pesado. Rizos de cabello dorado caían hasta la mitad de sus espaldas.
Sus brazos se dirigieron a la zona de mi cuerpo aplastada. Dios había enviado ángeles y su presencia llenaba el garaje de una forma sobrenatural. No obstante, visto desde arriba lo hacía parecer natural, atrayente. Quería sentir su toque, ver sus rostros. ¿Esto es lo que sucede cuando mueres?
Vi a un paramédico apresurarse al interior del garaje, ignorando obviamente a los ángeles. Ella se arrodilló en el suelo junto a mi cabeza, sin los ángeles moverse. Ella me habló mientras yo observaba desde arriba. Luego golpeó mi mejilla, con fuerza.
¡Mi rostro! ¡Podía sentir de nuevo! Y en la distancia escuchaba una voz que se hacía más clara.
—Abre los ojos.
Cuando lo hice, me encontré mirando los ojos de la paramédica.
—Hola, Bruce —dijo—. Mantén esos ojos abiertos para mí. Es muy importante.
Estaba vivo. Miré hacia mi derecha y luego a mi izquierda. Los ángeles ya no estaban. Dolor indescriptible se expandió por mi cuerpo. ¿Dónde estaban los ángeles? ¿Por qué se habían ido? Sentí que me desvanecía de nuevo, algo diciéndome que me dejara llevar. No tenía la fuerza para pelear.
En eso, una poderosa voz dijo: “Si quieres vivir, aquí estoy. Pero no será fácil. Vas a tener que luchar; luchar más de lo que jamás has luchado. ¿Estás dispuesto a hacerlo?”
No era un ángel hablando ni la paramédica. Era la voz de Dios hablando profundamente en mí, más que el dolor. Tuve que luchar. Pero no solo.
En mi mente apareció la imagen de Lori y los niños. Pensé en cuánto me necesitaban. No, no era cierto. Yo los necesitaba, especialmente ahora. Le respondí a Dios que quería vivir y luchar por ellos y por Él. Y que haría lo que fuese necesario.
Más paramédicos aparecieron y discutieron sobre cómo tenían que moverme. Lentamente me sacaron de debajo del camión.
—Vamos a llevarte al hospital ahora —dijo el primer paramédico—. Allí te transportarán por aire al centro de traumatología en Madison. Ya hemos contactado a tu esposa. Ella se encontrará contigo ahí. Sé que estás herido, pero quédate conmigo. Lo estás haciendo bien.
Por la siguiente hora, hasta que llegamos al centro de traumatología, me enfoqué en mantener los ojos abiertos. Mientras puedas ver, estás vivo.
Los doctors en el centro de traumatología se apresuraron a atenderme. Tengo una vaga memoria de la máscara de anestesia cubriendo mi nariz y boca. Luego, todo se tornó negro, negro como la muerte.
Desenlace
La siguiente cosa que recuerdo es ver a través de neblina. Lori estaba sentada a mi lado. Incluso en mi condición pude ver una enorme sonrisa en su rostro.
—¡Bruce! ¡Despertaste! Estuviste dos semanas en coma. Dijeron que cruzara los dedos. Les respondí que oraría. ¡Nunca había dicho tantas oraciones!
Quise hablar, pero un tubo para respirar ocupaba mi boca. Quise escribir, pero mis brazos estaban demasiado débiles para moverse. Tuvo que pasar otra semana para que los doctores removieran el tubo y pudiera contarle todo a Lori.
—Algo me pasó —dije.
—Está bien. El accidente. Tuviste tres cirugías. No te apresures. No necesitas hablar.
—No. Necesito decirte. Es sobre nuestra discusión. Tenías razón. Dios necesita que haga algo. Sé que él me ayudará a descubrirlo. Lori, vi ángeles luego de que el camión me cayó encima. ¡Él envió ángeles a salvarme!
—Incluso los doctores dicen que fue un milagro que sobrevivieras. Descansa.
Asentí con debilidad. Había bastante tiempo. El futuro se extendía frente a mí como una página en blanco, invitándome a escribir un nuevo capítulo. Dios envió ángeles para hacerme saber que Él estaría conmigo durante los desafíos que se acercaban, que mi relación con Él se profundizaría. Esa fue la promesa de los ángeles.
Los doctores me operaron dos veces más; literalmente acomodando mis órganos en su sitio. Transcurrieron meses antes de que el dolor decreciera lo suficiente para poder funcionar.
En la actualidad, viajo por el mundo, compartiendo mi historia en iglesias, cárceles, escuelas y en el internet. Incluso he escrito un libro. El accidente cambió mi vida para siempre. Aprendí lo frágil que es el cuerpo humano. Y, descubrí la fuerza que el Señor nos ofrece, presente en formas en las que antes no creía.
Traducido por: Diana Martínez, redactora y traductora en la gran familia hermandadblanca.org
Canalizado por: Bruce van Natta
Página original: https://www.guideposts.org/inspiration/angels/my-angelic-near-death-experience